Para mejorar el pronóstico y la funcionalidad de algún trastorno relacionado con el espectro autista en los niños, es de suma importancia hacer un diagnóstico oportuno, el cual permitirá estimular al cerebro de manera temprana y maximizar la capacidad del niño en áreas clave del desarrollo como son la comunicación (lenguaje verbal y no verbal), el aprendizaje y su comportamiento, indicó la doctora Diana Patricia Guízar Sánchez, jefa de Investigación Educativa de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Medicina de la UNAM.

El síndrome de Asperger, el autismo y el trastorno generalizado del desarrollo no especificado componen el espectro autista, siendo considerados trastornos del neurodesarrollo, que se caracterizan por alteraciones en dos áreas: comunicación e interacción social, y patrones de comportamiento, intereses y actividades repetitivas y/o restringidas.

Hasta el momento, se desconoce el origen del autismo, sin embargo, se ha detectado que en su desarrollo influyen factores perinatales (sufrimiento fetal, traumatismos en el nacimiento, hemorragia materna, bajo peso al nacer) genéticos y epigenéticos; estos últimos son modificaciones en la expresión de los genes por factores ambientales. Es importante mencionar que no existe evidencia para asociar un factor único en específico.

Los trastornos del espectro autista se clasifican por severidad: en leves (necesita ayuda), moderados (necesita ayuda notable) y severos (necesita ayuda muy notable).

La Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el 2 de abril como el Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo, que busca erradicar la discriminación y los estigmas a los que se enfrentan los pacientes y sus familias.

“Un ejemplo de modalidad leve sería el síndrome de Asperger, el cual no limita la autonomía del niño para expresarse, pero le impide entender ciertas características del lenguaje no verbal”, señala la doctora Guízar Sánchez tras indicar que estos pacientes suelen utilizar palabras rebuscadas, ser inflexibles y tener intereses restringidos. “Pueden hablar sólo de aviones o animales”, explica.

“Si un niño de tres años de edad no habla, no mantiene contacto visual, no tiene comunicación no verbal, es decir, existe nula interacción social; además tiene movimientos repetitivos, no le da una intencionalidad a los juguetes; es decir, les da un uso distinto, como clasificarlos por colores y no permite la integración de otra persona a su juego, estamos hablando que sufre de un trastorno severo”, asegura la especialista.

Asimismo, “los bebés que padecen algún trastorno del espectro autista lloran muy poco, están indiferentes al medio, no hacen ruido e incluso se puede pensar que no escuchan y no hay sonrisa cuando escuchan la voz de la madre. A los dos años suelen decir apenas dos palabras, cuando a esa edad en promedio, manejan 50. A los tres años, se les dificulta expresar una frase corta y no juegan con otros pequeños. Si a los seis años no hay un desarrollo del lenguaje (verbal o no verbal), así como interacción social, hablamos de alguien que seguramente no podrá ser independiente en la vida adulta”, precisa.

La variedad de trastornos aumenta las posibilidades de tratamiento. “Todos van a requerir de un equipo multidisciplinario (psiquiatra infantil, neurólogo pediatra, terapia de lenguaje y psicoeducación); sin embargo, el tratamiento es como un traje hecho a la medida”, señala la experta, debido a que algunos pacientes requieren también de terapia cognitivo conductual, de habilidades sociales, así como tratamiento farmacológico con antidepresivos, ansiolíticos y antipsicóticos, dependiendo el caso.

Valeria Cuatecatl