El coronavirus no vino a quebrar al sistema, sino se colocó en uno que ya estaba roto. En ese contexto, la estrategia de “Quédate en casa”, como respuesta epidemiológica para contener la dispersión del virus SARS-CoV-2, consolida el miedo. No como miedo al virus, sino como miedo generalizado a las demás personas. Ese miedo condensado en la idea del “portador asintomático”, que vuelve a cualquiera en una amenaza. Ocurre porque la percepción de vivir bajo amenaza no nace durante la pandemia, sino que lleva mucho tiempo estructurándose en “la guerra cultural contra las y los pobres”, que forma parte de “la cultura de guerra”, consideró la maestra Nashielly Cortés Hernández, académica de la Facultad de Medicina de la UNAM.

Durante el Seminario Permanente de Salud Pública, transmitido por Facebook Live de la Facultad, la especialista habló de cómo la sociedad patriarcal ha convertido al “Quédate en casa” en una estrategia que se ocupa de contener el contagio, pero no la complejidad de la COVID-19 como enfermedad, que tiene más dimensiones que la expresión clínica resultante del contacto de un virus con la corporeidad humana, dado que esta última está inmersa en un conjunto de desigualdades sociales.

Desde la perspectiva de género, método de análisis social, expuso qué se está planteando desde las ciencias sociales respecto a la pandemia y resaltó cómo hombres y mujeres no tienen las mismas oportunidades en términos de justicia epistémica, para que su conocimiento y su voz sea considerada importante. Por ello, subrayó que una posición ética es hacer una búsqueda intencional de los saberes que han sido sistemáticamente excluidos del mundo académico.

“El feminismo es el lenguaje de los cuerpos libres, porque es ahí donde se expresa la potencialidad política, en una sociedad que ya somete a los cuerpos femeninos a formas predeterminadas de ser y estar”. De ahí que encerrar a las mujeres con su agresor, mediante una estrategia epidemiológicamente necesaria como el ‘quédate en casa’, pero insuficiente por carecer de este saber feminista, agudiza la desigualdad precedente a la cuarentena y termina por propiciar que se expresen con violencia estos sometimientos de los cuerpos femeninos”, indicó la maestra Cortés Hernández.

Retomó a varias autoras, en especial el trabajo de Rita Segato, al decir que “es necesario investigar y desarticular los agentes de la violencia estructural, pero no podemos hacerlo si no entendemos que esta violencia transita por escenarios absolutamente impersonales”, a pesar de que ocurren al interior de los hogares, porque tienen que ver con un entramado de pensamientos respecto de la imposición del poder.

Aseguró que la violencia ejercida contra las mujeres, las infancias, adolescencias y disidencias sexogenéricas, no son simples «anomalías de un sujeto solitario», sino “mensajes de poder y apropiación pronunciados en sociedad”, reproducidos mediante una pedagogía de la crueldad: estrategia vertebral de la llamada guerra de cuarta generación. El asunto es que «esta guerra no está siendo detenida por la institucionalidad del Estado”, recalcó la maestra Cortés Hernández.

A pesar de todo, la estrategia “Quédate en casa”, en sí misma, objetiva un avance del pensamiento feminista, porque se trata de una “política del cuidado”, tema que las feministas vienen planteando desde hace mucho tiempo como política sustantiva a la que deben subordinarse los demás valores, incluyendo las políticas centradas exclusivamente en el crecimiento económico.

Como política general, materializa la idea de que los cuidados no son una responsabilidad exclusiva de las mujeres. Adicionalmente, a muchos hombres que ya venían trabajando sus propias masculinidades, la estrategia les ha permitido tener prácticas de género más equitativas, respecto del cuidado de la salud y la gestión social de la enfermedad. Es importante que, desde nuestra institucionalidad educativa, hagamos los ajustes necesarios para fomentar los cambios estructurales, tan necesarios en esta dirección, concluyó la ponente.

Eric Ramírez