“Para mediados del siglo XIX, la escultura había decaído, parecía un poco anquilosada, atrapada en sus propias formas, aspirando siempre a una dimensión clásica, buscando la armonía y la proporción; por lo tanto, se sentía ya un tanto aburrida. No será hasta Auguste Rodin que se vuelve a despertar la atención de esta disciplina en el público general, dentro de la crítica, con características importantes”, indicó la maestra Nuria Galland Camacho, Responsable de Servicios Pedagógicos y Contenidos Académicos del Palacio de la Escuela de Medicina.

La obra del francés Auguste Rodin, considerado el padre de la escultura moderna, está fuertemente influenciada por dos grandes maestros del Renacimiento: Donatello, de quien aprende a explorar las posibilidades expresivas de cada uno de los materiales, y Miguel Ángel, quien le enseña la sensación inacabada de la obra, el gusto por ella en términos patéticos de exploración de la pasión y cómo toda su obra gira alrededor del cuerpo humano.

Durante el Curso-taller de Historia del Arte, transmitido por Facebook Live de la Facultad de Medicina de la UNAM, la experta explicó que en una de sus obras tempranas llamada La máscara del hombre de la nariz rota se puede ver cómo rompe los arquetipos de belleza, renunciando al canon clásico y buscando una escultura honesta y directa. En 1884 se le encarga una obra pública para ser expuesta en una plaza de la ciudad de Calais, donde se exalta el hecho histórico de seis burgueses que hacia 1347 deciden dar su vida al entregarse al rey Eduardo III a cambio de la libertad de su pueblo. Aquí Rodin pide algo inusual: que no haya ningún tipo de base y que la escultura esté al ras del piso para que aquellos que la vean se sientan íntimamente vinculados con los personajes y la experiencia sea significativa.

Asimismo, en 1880 se le encargó a Rodin realizar unas puertas monumentales para el nuevo Museo de Artes Decorativas de París, pero el proyecto tuvo algunos obstáculos y no lo termina en vida, aunque lo trabajó hasta 1917, año en que muere. Gracias a que dejó moldes en yeso, estudios y bocetos, es que se puede fundir y terminar la obra, para la que eligió el tema de las puertas del infierno basada en La Divina Comedia de Dante, pero hace un vínculo interesante con la escultura renacentista al ponerla en contraposición con la Puerta del Paraíso de Ghiberti.

A diferencia de la obra de Ghiberti en la que la narrativa está dividida en una cuadrícula muy bien balanceada y simétrica, “Rodin opta por el caos, el accidente, por la idea de la desolación, del temor que implican las puertas del infierno. También vemos cómo rematan tres figuras en la postura de contraposto que señalan hacia abajo; una figura que se encuentra en cuclillas y uno de sus brazos sostiene la quijada en esta actitud pensativa que hoy en día conocemos como El pensador, y de ahí se desbordan un sin fin de almas perdidas”, detalló la maestra Galland Camacho.

Janet Aguilar