El hombre del barroco descubrió que no era el único en la tierra y que existían otras sociedades y culturas que han coexistido junto con la cultura occidental, esto generó un fuerte apego por conocer esas nuevas culturas y lugares que habían descubierto. Así, el norte de Europa se dedicó a representar el paisaje y los animales, y al secularizarse la sociedad, se cuestionaron sobre el porqué de las cosas, fuera de un principio religioso. Es así como la ciencia empírica empezó a desarrollarse fuertemente.
“El hombre del norte de Europa observó la naturaleza y sostuvo que absolutamente todos los seres de la naturaleza eran criaturas divinas, sin embargo, no todos los animales gozaron de este privilegio; el mundo de los insectos, completamente desconocido hasta entonces, fue la principal atención de pioneros como María Sibylla Merian, entomóloga, científica y gran aventurera, que a los 52 años emprendió un viaje de expedición a Surinam, con el único motivo de estudiar los insectos que habitaban ahí”, destacó la maestra Nuria Galland, coordinadora de Servicios Pedagógicos y Contenidos Académicos del Palacio de la Escuela de Medicina.
Recordó que los estudios de María Sibylla contribuyeron a despojar de la infausta reputación a los insectos, por ser animales rastreros y denominados como criaturas demoníacas. “Existen representaciones en vanitas en las que aparecen caracoles, como si brotaran del cuerpo de los cadáveres y tuvieran que ver con el estado de corrupción o con la muerte misma; por otro lado, en la lámina que representa unos caracoles y está trabajada en acuarela utiliza pigmentos muy llamativos, luminosos y radiantes, como el rojo carmín, el azul prusiano y el naranja intenso sobre una base de pergamino, constituido de la fina piel de un ternero, que da la apariencia de la piel de un durazno, siendo a la vez un goce para la vista y también para el tacto”, apuntó la experta.
Al describir una de las láminas consideradas como de las más fantásticas que causó un gran furor y controversia en Europa, detalló que “en ella vemos una rama de un guayabo donde habitan un sinfín de arañas y hormigas voraces, pero lo que más llama la atención es el tamaño de esa araña que se alimenta de un pequeño colibrí; esta magnífica migala la llamó ‘vogelspinne’ que en español significa ‘arañapájaro’, incluso describió: ’toman a las pequeñas aves de sus nidos y les chupan toda la sangre de su cuerpo’, refiriéndose a la tarántula, y de las hormigas dijo: ‘podrían comerse árboles completos, pelones como el palo de una escoba, en una sola noche’, nadie le creyó que había arañas de tal tamaño”, indicó la maestra Galland.
Finalmente, señaló la importancia de rescatar la memoria de una mujer valiente, completa y comprometida con el mundo de los insectos, y que gracias a sus investigaciones despertó el interés de muchos científicos, además de contribuir a la clasificación de estos animales sin dejar a un lado su parte humana. “Tuvo que regresar de Surinam debido a que, al año de estar en esa región, se contagió de malaria, y en 1705, tres años después de su retorno, publicó su estudio, el cual tuvo un gran éxito”, concluyó la especialista en el Curso-Taller de Historia del Arte transmitido por Facebook Live de la Facultad de Medicina.
Victor Rubio