Los albarelos son recipientes que tenían los boticarios en el siglo XIX para guardar medicamentos, éstos podían ser de porcelana o de cerámica y de diferentes tamaños, dependiendo de la sustancia que contenían. Algo muy importante es que estos recipientes debían tener por fuera el nombre del medicamento, ya que una equivocación podía ser mortal.

“Cuando el arsénico se usaba como medicamento, en esa época le decían ‘el curatodo’, ya que se empleaba para tratar cualquier tipo de malestar. En la antigüedad clásica al arsénico se le conocía como el rey de los venenos, ya que no tenía olor, sabor, ni color, lo que lo hacía muy peligroso porque no se podía identificar”, detalló Verónica González del Área de Servicios Pedagógicos del Palacio de la Escuela de Medicina, al destacar que en la Sala de Herbolaria del Museo de la Medicina Mexicana se resguarda un albarelo de arsénico.

En las “Dosis del Palacio”, transmitidas por Facebook del Palacio, destacó que esta pieza museográfica contiene detalles muy especiales, como los bordes de la tapa en color dorado y, ubicado en el centro del cuerpo, se lee el nombre en francés “Arsenic”, rodeado por una decoración de estilos vegetales con tonalidades lilas, amarillas y verdes, que encierran el nombre, dándole énfasis y resaltando la caligrafía, que hacen de esta pieza de botica una obra de arte.

Por otro lado, el director de teatro Francisco Hernández relató algunos de sus rituales personales para antes de iniciar cualquier espectáculo y agregó que visitar la pinacoteca le da la sensación de entrar a un templo y que en ella disfruta observando la pintura del gran polímata José Antonio Alzate y Ramírez, sobrino de Sor Juana Inés de la Cruz.

“Cuando ingreso al Palacio de Medicina, lo primero que hago es ir en secreto y a pie puntilla a las cárceles, ahí imagino que hablo con el pintor flamenco del siglo XVI, Simón Pereyns, el cual hizo una pintura en este recinto que fue colocada en el Altar del Perdón de la Catedral de México y desapareció en un incendio en 1967. Luego, voy a la celda número 19, en la que Morelos pasó los últimos días de su vida y, finalmente, busco la celda donde estuvo Guillén de Lampart, un hombre que buscó independizar a México en el siglo XVII, lo cual le valió la reclusión en este recinto; cuando veo su celda lo imagino tirado al piso, escribiendo con carbón sobre una sábana sus hermosas poesías”, describió el destacado director.

Victor Rubio