Experiencias del Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina

Dr. Andrés Aranda Cruzalta

En este año 2020 las labores académicas se han modificado de varias formas debido al confinamiento por la pandemia de SARS-CoV-2. En cuanto a la docencia, a través de las plataformas que ofrece la CUAIEED, hemos transitado de los cursos presenciales a los cursos a distancia. Desde un punto de vista tecnológico y personal, considero que no he tenido dificultades mayores para realizar tal transición, pues las tecnologías de la información y la comunicación son aplicables tanto a los contextos presenciales como a la educación a distancia.

En este sentido, el único incidente se derivó del sismo del martes 23 de junio, cuando se afectaron las conexiones de Internet; ninguno de mis alumnos sufrió daños mayores, ni en sus bienes ni en sus personas, por lo que pudimos reanudar las actividades en breve y reponer la clase. Sin embargo, desde una perspectiva docente y pedagógica, las dificultades impuestas por el cambio han sido muchas y muy importantes, debido principalmente a que la educación a distancia tiene requerimientos distintos a la educación presencial, tanto a nivel institucional, como de sus programas, así como en lo referente a las características del espacio educativo de sus alumnos y profesores.

En mi experiencia, los problemas más evidentes han sido los derivados de la necesidad que hemos tenido, estudiantes y académicos, de improvisar el traslado de los programas y el espacio educativo, lo que plantea dificultades a la hora de evaluar ciertos aspectos, como el conocimiento actitudinal. Por otro lado, también ha sido necesario recurrir a los textos disponibles en línea, que no siempre han sido los más idóneos, así como modificar los métodos de evaluación para ajustarlos a las necesidades impuestas por la modalidad a distancia.

Sin duda, hay muchos otros problemas derivados de esta transición forzada de la educación presencial a la modalidad a distancia, las cuales no son reductibles una a la otra, no debiendo confundírseles tampoco con las tecnologías de la información y la comunicación, que tan útiles pueden ser en los dos contextos. Tengo la esperanza de que, pasada la contingencia sanitaria, la confusión no persista, por lo que aporto aquí algunas referencias que me han sido de utilidad para clarificar las diferencias de ambos contextos 1, 2 , 3, 4, 5.

En lo que respecta a la investigación, los problemas no han sido menos, comenzando porque quedaron suspendidos y postergados los congresos y las reuniones a las que tenía contemplado asistir durante este año. Cerraron también los diversos repositorios que sustentan la investigación documental en humanidades, quedando disponible tan sólo la opción de consultas a través de los recursos en línea, los que, si bien cada vez ofrecen mayores facilidades para consultar materiales del área de humanidades, su acceso se dificulta en nuestro caso, pues como lo he comentado en reuniones con el personal del Sistema Bibliotecario de nuestra Facultad, la misma no cuenta con buscadores especializados en esta área.

Al respecto, además, habría que distinguir entre el acceso a fuentes sobre historia, antropología, bioética, etcétera. Del acceso a las fuentes históricas propiamente dichas, la digitalización de estos documentos del pasado no es equitativa en todo el mundo, por lo que su disponibilidad depende, en mucho, de los recursos financieros, humanos y técnicos con los que cuenta cada sitio de resguardo.

Siendo así que aquellos sitios con más recursos pueden poner, con mayor facilidad, sus colecciones a la disposición de los investigadores interesados, lo que de alargarse mucho la situación sanitaria, puede conducir a que el interés de las investigaciones se vea sesgado en función de los intereses que reflejan las colecciones de estos grandes centros, en detrimento de otros temas, cuyas fuentes se encuentran en repositorios de menor envergadura que por diversas causas no han podido ser digitalizados aún.

Por fortuna no todo ha sido desolación en estos días, gracias a la creatividad y el interés por salir adelante, los académicos del Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, junto a los de otros centros y asociaciones, nos hemos organizado para continuar investigando, echando mano de nuestras bibliotecas privadas y de materiales recabados previamente en los plácidos días de trabajo en bibliotecas y archivos, los que aunados a las fuentes digitalizadas nos permiten continuar laborando, no sin cierta zozobra, pues a la usual falta de recursos para la investigación en nuestra área, se le suman ahora otros problemas.

Por ejemplo, en estos momentos me encuentro a la espera de que ciertos materiales que he pedido al extranjero lleguen a tiempo para concluir uno de mis trabajos con la calidad requerida, luego habrá que ver si puede ser publicado en tiempo y forma, dado que las condiciones actuales también han afectado la puntualidad de ciertas publicaciones. Concluyo mi testimonio frente a este horizonte de incertidumbres, expresando mi deseo de que la vida me alcance para ver cómo se disipan.

Referencias

1. Ni Shé, C., Farrell, O., Brunton, J., Costello, E., Donlon, E., Trevaskis, S., Eccles, S. (2019) Teaching online is different: critical perspectives from the literature. Dublin: Dublin City University. Doi: 10.5281/zenodo.3479402. Disponible en: https://openteach.ie/wp-content/uploads/2019/11/Teaching-online-is-different.pdf
2. Brock, Richard., Hay, David., Keeping Students Out of Mary’s (Class)room, Science & Education, (2019) 28: 985-1000.
3. Assareh, A. Hosseini Bidokht, M., Barriers to e-teaching and e-learning, Procedia Computer Science, 3 (2011): 791-795.
4. Antoine, Julia E. e-LEARNING: A STUDENT’S PERSPECTIVE A PHENOMENOLOGICAL INVESTIGATION, Doctor of Education Thesis, College of Professional Studies, Northeastern University, Boston, Massachusetts, May 2011.
5. Capacho, Jose., Assessment of student learning in virtual spaces, using orders of complexity in levels of thinking, TOJDE, (2017) 18, 2: 179- 201

Los retos de la labor docente y la investigación en la época de COVID-19

Dra. Elia Nora Arganis Juárez

El año de 2020 ha sido una época de grandes retos al enfrentarnos a una situación singular, la presencia de una nueva enfermedad llamada COVID-19 (coronavirus disease 2019) causada por un virus denominado SARS-CoV-2 (coronavirus 2 del síndrome respiratorio agudo grave), que surgió en el centro de China en diciembre de 2019 y que el 11 de marzo de 2020 fue declarada pandemia por la Organización Mundial de la Salud (Fielding, 2020).

Si bien la Secretaría de Salud estableció el inicio de la Jornada Nacional de Sana Distancia a partir del 23 de marzo (Gobierno de México, 2020), la Facultad de Medicina suspendió las clases presenciales desde el 17 de marzo, buscando colaborar con la disminución del contagio y mantener la salud de la comunidad. Esta decisión implicó modificaciones en el calendario escolar, una reorganización de las actividades académicas y administrativas en todas las licenciaturas que se imparten, así como en los programas académicos de los campos clínicos (Facultad de Medicina, 2020).

En el Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, situado en el Centro Histórico, tuvimos que adaptarnos a esta nueva realidad, lo que implicó adecuar nuestros contenidos, actividades teóricas y prácticas para impartirlas en línea. Entre los factores que facilitaron esta transición fueron: la apertura de las aulas virtuales de CUAIEED para los docentes y los estudiantes, que permitieron establecer estrategias para construir una adecuada comunicación con nuestros alumnos y con la posibilidad de utilizar diversas opciones de plataformas como Zoom, Moodle y otras; el apoyo institucional con la creación de MediTIC, donde a través de tutoriales, guías y asesorías, ayudaron a que este proceso fuera mucho más sencillo; asimismo, la comunicación continua con la Jefatura del Departamento y los coordinadores de Enseñanza y Evaluación que nos dieron la información necesaria para tener una relación directa con los alumnos.

En mi caso, que imparto la materia de “Antropología Médica e Interculturalidad en Salud”, el cambio a la utilización de las plataformas en línea me motivó a usar diversas técnicas de enseñanza-aprendizaje para las actividades teóricas y, sobre todo, replantear las actividades prácticas para que los alumnos las hicieran a través de los medios electrónicos y se quedaran en casa.

Después de entrar en contacto con los jefes de los grupos que tengo asignados, inicié las sesiones en las aulas virtuales a finales de abril. El desarrollo de las clases en línea puso en evidencia las dificultades técnicas que se presentan en este tipo de sesiones: problemas de inestabilidad o baja intensidad de la señal de Internet; falta de acceso de algunos alumnos a los recursos técnicos para conectarse a las sesiones en línea; los sonidos inoportunos de los servicios de recolección de basura, venta de agua o gas, compra de fierro viejo o incluso el motor de un avión o helicóptero que sobrevolaba la Ciudad; la intensidad de la lluvia y los cortes inesperados de la energía eléctrica.

En fin, diversas situaciones que en algunos momentos obligaban a hacer una breve pausa, silenciar nuestros micrófonos o reiniciar nuevamente la sesión. Pese a estas dificultades, el resultado final fue satisfactorio, ya que los alumnos participaron en las actividades prácticas de cada una de las sesiones. Además de las aulas virtuales, se utilizó WhatsApp y el correo electrónico para tener una asesoría personalizada con los alumnos, aunque lo deseable hubiera sido tener una clase presencial para establecer una interacción directa.

En el caso de la investigación, el trabajo de campo en antropología implica el “estar allí”, es decir, convivir e interactuar con las personas en el lugar donde viven o realizan sus actividades cotidianas. Este periodo de confinamiento obligó a hacer cambios en la estrategia de recolección de datos que estaba realizando para mi proyecto, ya que acudía a un centro de salud con un grupo de ayuda mutua de adultos mayores con diabetes.

Dado que son personas en situación de vulnerabilidad por los factores de riesgo que presentan para COVID-19, las actividades del grupo se suspendieron por indicaciones de las autoridades sanitarias desde el 23 de marzo y sólo he podido entrar en comunicación con algunas de ellas vía telefónica. Actualmente, me he dedicado a hacer búsquedas electrónicas de artículos que tienen que ver con mi tema de investigación, lo que me ha permitido avanzar en la reflexión y análisis de la información que había recopilado previamente.

Finalmente, estos meses de “quedarse en casa” han sido toda una experiencia de nuevos aprendizajes en el uso de la tecnología, pero también de desafíos por la evidencia de las diferencias socioeconómicas y culturales que implican un acceso desigual a los recursos tecnológicos que en estos momentos son la base de la comunicación en todos los niveles.

Referencias bibliográficas

Parásitos o simbiontes: la condición pandémica

Dra. Ximena A. González Grandón

En uno de los últimos viajes escolares conocí la relación íntima que se establece entre los pólipos, las algas zooxantelas y las bacterias que dan lugar al comunitario arrecife coralino veracruzano. Ese viaje no sólo lo recuerdo por tratarse de mi primera aproximación a la colectividad necesaria para la vida, sino porque su evocación se acompaña del primer registro de un sentimiento de incertidumbre prolongado.

El día del regreso, que fue muy largo porque antes de llegar a la Ciudad de México visitaríamos una última zona arqueológica, se daban a conocer los resultados del examen de admisión a la universidad. Yo quería que fueran mis ojos los primeros en postrarse sobre la gaceta para buscar mi número, por lo que, de manera estoica y contundente, me rehusé a llamarle por teléfono a mis padres y darles mi número en la única oportunidad posible antes de salir del hotel, dado que el mundo no se encontraba tan eficientemente telecomunicado en ese entonces.

El resto de mis compañeros no hizo lo mismo. Y así sufrí, en silencio y escuchando las risas o llantos de mis amigos, hasta que el autobús entró al estacionamiento del colegio. Al mirar por la ventanilla vi a mis padres aguardando mi llegada, sólo ver su semblante supe que habían localizado mi número y que ellos ya sabían que me esperaban largos años de estudio y dedicación.

No recuerdo bien todas las cosas que pensé o sentí durante esa absurda espera, supongo que muchas de ellas se combatían entre futuros inciertos o éxitos universitarios, pero sí recuerdo bien el sentimiento de ansiedad, angustia y desasosiego que me invadía en oleadas y que se materializaba en agitaciones cardiacas o respiraciones acíclicas.

Comienzo esta vigésima semana de cuarentena con una sensación muy parecida a la que viví durante ese regreso, sólo que mucho más extendida en el tiempo. Narro estas memorias de pandemia para un mundo presente que me resulta tan incierto como ese futuro inimaginable en el trayecto en autobús Veracruz-Ciudad de México.

No es raro que vayamos a la reflexión y a su escritura en este tipo de situaciones. Son muchos los ejemplos de escritores formales e informales que dejaron su testimonio viviendo en el desconcierto de pestes negras o fiebres peninsulares, o que decidieron imaginarlo, Mary Shelley, Ling Ma, Saramago, Jack London, Albert Camus. No sorprende la relación entre el llamado al examen de conciencia, el formato de bitácora y el enclaustramiento impuesto para evitar el contagio. De alguna manera, el peligro a enfermar y su prevención a costa del ocultamiento corporal, provoca a cada recoveco mental y logra desdibujar fronteras entre lo individual y lo social, lo público y lo privado, la salud y la enfermedad, la vida y la muerte; entraña a una magnificación de aquel espacio trastocado que llamamos intimidad.

Los que narramos esta particular pandemia, viviendo la cotidianidad de la unión permanente entre la máquina y el tejido corporal, nos detenemos a observar con más atención qué ha cambiado en esa unión: ¿su inmanencia? ¿la perpetuación de la naturaleza de humano-máquina? Sin duda, mucho más ha cambiado en nuestra realidad doméstica: un vacío provocado por la falta de contacto con la otredad, con los árboles, con la forma figurativa de las nubes, con el canto de un chotacabras, con la brisa marina sobre nuestros cuerpos. Pero ¿es todo eso sólo producto del encierro? O más bien llevamos ya mucho tiempo siendo marabuntas que viven sin vivir y sin convivir, en relaciones más parásitas que simbióticas con otras especies y con otros entornos.

Hay algo más. La angustia del contagio o el miedo a la muerte debería llevarnos a alguna forma de transfiguración. Al menos hacia el deseo o la motivación de hallar el sosiego personal e interpersonal, salir de la crisálida con alguna metamorfosis. Frente al desfiladero, debemos preguntarnos: ¿Cuál es nuestra responsabilidad en este caótico inconveniente que nos ha traído el inclemente 2020?

Pienso que un lugar donde podríamos hallar la quietud de nuestro sentir es en el análisis profundo de nuestra relación con el entorno: una relación multi-especie que puede resultar en estrategias de sobrevivencia colaborativa. Abandonar la ignorancia sistemática del drama ecológico planetario y comenzar a prescribir una nueva vida generando menos basura, consumiendo menos energía, reconociendo al resto de especies con las que cohabitamos, siendo menos competitivos y más solidarios, salvándonos para vivir en serio.

Hoy vuelvo a la carretera, rumbo a la infinitud del océano. Busco la promesa de un mundo coralino, una comunidad simbionte que en su calidad metonímica me ayude a comprender que es la errónea interacción con el entorno lo que nos tiene en el encierro. Que hasta que no cambiemos la estructura de daño constante a nuestros nichos, a los ecosistemas, será difícil imaginar un mundo posible donde caminemos juntos dándonos las manos, oliendo, sudando, conversando, abrazándonos en una Tierra que es también un organismo y en una era que ya no es antropocéntrica. Un mundo de respetuosos holobiontes.

La vida académica antes y después de la COVID: pasaporte indefinido hacia la virtualidad de una nube

Dra. Ana Lilia Higuera Olivo

El viernes 13 de marzo por la tarde, léase ¡viernes 13!, un fuerte y muy inseguro ¿tal vez? cundía en el ambiente universitario, “una extraña nube, cual agujero negro en el ciberespacio” avizoraba atraernos; flotaba sobre los espacios universitarios la posibilidad de no volver por algunos días tras un puente festivo, producto de natalicios y primaverales inicios de soleada temporada de intensidad académica; dicha “nube” amenazaba la continuidad y aseguramiento del ciclo escolar vigente y que, por ser un semestre par, resulta para algunos cursos pesados por la carga de contenidos a revisar, ya que precede al fin del ciclo escolar y se cuida el hecho de contar con las semanas suficientes para concluir satisfactoriamente con los programas académicos establecidos presencialmente.

Sin embargo, no era un rumor sin fundamento y súbitamente los espacios académicos tras el “supuesto regreso del puente” no fueron los mismos… ¡Se quedaron vacíos! Y de repente, avasallados por un virus, todos sacamos boleto y nos fuimos ¡A una nube! estudiantes, profesores, investigadores, administrativos, trabajadores de las diversas áreas que facilitan la vida en los espacios académicos ¡Todos! disparados hacia el campo virtual, ese del que se nos hacía muy fácil hablar para parecer tecnológicamente actualizados o políticamente correctos, tomando cursos para acumular “puntitos” o en el que genuinamente otros estaban preocupados pensando a futuro.

Ese otro mundo virtual en el que los jóvenes actuales navegan fácilmente y los “jóvenes de espíritu” hacemos “bucitos” intentando salir a flote ante ese mar de conocimientos y tecnologías en que estamos inmersos en pos de encontrar las formas y modos de interactuar con nuestros estudiantes para lograr una intercomunicación en sus términos y en los del mundo actual que así lo reclama, con exorbitantes y magnificas probabilidades de avanzar en el conocimiento, pero también con las dudas ante los “recovecos” que esto provoca para quienes no tienen la posibilidad de acceder mediante computadora al Internet, conectarse a la red y ¡“comprar su boleto al ciberespacio para navegar”!

Así de pronto, un virus, y no el cibernético, nos disparó a una nube teniendo como pasaporte nuestra experiencia y como visa el conocimiento y la disposición por continuar realizando nuestra actividad académica, no sólo por compromiso laboral, sino también por el reto académico, profesional y personal que significó y significa tener que hacer y cubrir todo aquello que se había hecho por años presencialmente y tal vez hasta de una forma mecánica, rutinaria y alienizada, ahora implementando nuevas estrategias, aprendiendo al ensayo y error y poniendo en práctica lo que alguna vez escuchamos o vimos en un curso, ¡un curso!, para de facto usarlo ahora, en vivo y a todo color, a través de una pantalla y en tiempo real frente a nuestros estudiantes, pero sobre todo ante nosotros mismos, probándonos si esos años de experiencia presencial tendrían la misma efectividad, pertinencia y conveniencia para el reto que se nos presentó: cubrir los programas académicos eficientemente, impactar a distancia motivando a los jóvenes que, aunque conocedores del ciberespacio, para nuestros fines académicos, debían ir de nuestra mano y recorrer el camino juntos, con diametrales kilómetros de distancia tecnológica, pero en un solo y mismo objetivo: ¡aprender! y aprender así tal cual, en la magnitud que la palabra representa, ya que el aprendizaje ha sido de todo y de todos: profesores, alumnos y autoridades, a movernos en este nuevo espacio tan amplio y distante, con muchas herramientas tecnológicas y tan poco conocimiento y experiencia para de súbito explotar su potencial a todo lo que da.

Personalmente y en un ejercicio de honestidad, no ha sido fácil; esta experiencia ha representado confrontarnos con nuevas exigencias de trabajo docente, una serie de pautas académicas en tiempos y movimientos que se escuchan distinto a distancia, pues si el escenario por excelencia del profesorado es el aula, ahora en la distancia es una pantalla, la cercanía, acompañamiento y apoyo a los estudiantes es mayor y requiere un escenario rotatorio donde la pertinencia, prudencia y paciencia, deben ser elemento clave a fin de no “robotizar” la experiencia creativa de intercambio de ideas y actividades, procurando el uso eficiente, que no excesivo, de herramientas tecnológicas, racionalizando estrategias didácticas acorde a las condiciones y situaciones del otro que tal vez no esté en las posibilidades de ocupar y/o navegar de igual modo, en la misma medida, o bajo las mismas circunstancias que los demás.

Tal vez la mayor y mejor experiencia que sale de este viaje por el ciberespacio, en pos de una docencia a distancia, ha sido comprobar cuan frágiles somos todos, viejos y jóvenes, expertos e inexpertos, cibernautas o no, ya que no resulta igual realizar este viaje a la nube por placer que por obligación, deber o reto. Sin embargo, y aun con lo intempestivo de la situación, sólo la conciencia, sentido común, responsabilidad, prudencia y paciencia por las capacidades, habilidades, posibilidades y necesidades del otro, que también soy yo, han podido hacer que visualicemos que incluso en la distancia es posible acompañarnos como cibernautas, procurando que nuestra estancia en este espacio-tiempo resulte satisfactorio, aprendiendo juntos y manteniendo nuestra esencia humana, pese a encontrarnos virtualmente navegando en una nube azul, sin expiración de visa y en la promisoria llegada de un regreso al aula y al dorado campus, desde donde nuestro espíritu ¡Hablará!

Adaptación al trabajo en medios digitales y la última reunión presencial

Dra. Xóchitl Martínez Barbosa

El día que asistí a un congreso internacional en el que participé con una ponencia oral y que tuvo lugar en la Universidad Autónoma Metropolitana, sede Iztapalapa, la Organización Mundial de la Salud emitió la declaración de pandemia, era el 11 de marzo de 2020.

Los colegas asistentes al evento nos habíamos abrazado y saludado afectuosamente como acostumbramos a hacerlo entre los amigos y los no tan amigos en México; asistieron ponentes de Brasil y Perú. Con toda seguridad, en esa ocasión ninguno de los presentes dimensionó lo que esto implicaría a mediano y largo plazo. Esa fue la última vez que estuve en una reunión académica presencial.

Una de las situaciones derivadas de la pandemia que han alterado la vida cotidiana de manera significativa, tanto en el ámbito laboral como en el medio doméstico o familiar, es la relativa a la ausencia o problemas con la comunicación. Carecer de información oportuna y veraz, favorece la incertidumbre y puede provocar temor o ansiedad.

Es por lo anterior que después del periodo de Semana Santa, en el proceso de admisión al posgrado, como responsable del Campo Disciplinario de Historia de las Ciencias de la Salud en el Posgrado de Ciencias Médicas, Odontológicas y de la Salud, esperábamos directrices para retomar nuestras actividades. Directrices que finalmente se debían desprender de las decisiones tomadas desde las más altas esferas de la UNAM, y que fuimos recibiendo oportunamente.

En virtud de que las indicaciones fueron la suspensión de toda actividad presencial, las entrevistas a los interesados en ingresar a un posgrado tuvieron que realizarse por medio de las plataformas que desde hace meses estuvieron a disposición de alumnos y profesores por medio de la CUAIEED. Una experiencia totalmente nueva que ayudó de manera formidable a subsanar la distancia física.

Días después, el curso propedéutico también se organizó para impartirse vía remota, con la presencia puntual de aspirantes y profesores, cuyo compromiso ha hecho posible que las tareas académicas salgan adelante. Ese es otro tema que vale la pena resaltar: la solidaridad y la entrega de algunos colegas es algo que en estos meses se aprecia aún más y que posibilitan que la vida cotidiana laboral se haga menos abrumadora. Ojalá que las conductas negativas, hostiles, de apatía, desinterés y envidias profesionales sean las menos comunes en estos tiempos difíciles.

Mi vivencia como paciente de COVID-19 en mayo de 2020, El año de la pandemia

Dr. José Luis Sánchez Monroy

El 25 de abril, mi esposa y yo iniciamos nuestra sintomatología con un cuadro de tos seca sin otros signos agregados; el 30 de abril se nos tomaron muestras para la prueba de diagnóstico de COVID-19 en el Centro de Salud T-III “Dr. Gustavo Rovirosa” en el Pedregal de Santa Úrsula, mismas que fueron procesadas en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán” con resultado positivo a SARS-CoV-2, por lo que se nos indicó aislamiento domiciliario.

El 4 de mayo tuve una sensación de mareo y sequedad severa de la boca, por lo que acudí al Servicio de Urgencias del Hospital Materno Infantil Magdalena Contreras, donde al cuadro inicial se agregaron disnea ocasional, rinorrea hialina, tos seca, astenia y adinamia; a la exploración física se detectaron estertores en campo pulmonar basal derecho, la radiografía de tórax en proyección posteroanterior no mostró zonas de consolidación y se inició tratamiento con oseltamivir y metilprednisolona.

El 6 de mayo asistí a consulta externa del Hospital Ángeles Pedregal y mi médico tratante me vio en malas condiciones, además de contar con una tomografía pulmonar con imagen de vidrio despulido en las áreas basales de ambos pulmones, por lo que me internó en un área COVID, donde se me canalizó y me encontraron datos de coagulación intravascular.

Durante mi estancia de semana y media presenté diarrea abundante, náusea, anorexia y preocupación por la ansiedad de mi esposa, con la que me comunicaba por vía telefónica, debida a mi confinamiento; sin embargo, a pesar de mi gravedad y el riesgo inminente de sepsis o choque séptico, jamás me angustié. En el segundo día de mi internamiento tuve una alucinación con una mujer de cara morada sin rasgos específicos, con sombrero y vestida de negro, a la que vi con indiferencia; esa noche me dieron más apoyo ventilatorio. Además, durante mi estancia siempre fui manejado con anticoagulantes, me mantuve tranquilo, pero comía poco por las náuseas.

El 11 de mayo mi prueba de PCR-SARS-CoV-2 fue todavía positiva, presentaba carga viral moderada e IgG positivo. Hasta el 20 de mayo la PCR fue negativa; además, mis electrocardiogramas siempre fueron normales.

Todo el tiempo de mi hospitalización estuve tranquilo y, a pesar de que la psicóloga se comunicaba vía telefónica, no necesité de su apoyo profesional. Mi única preocupación fue siempre la ansiedad de mi esposa. Todos los días recibía atentas llamadas de mi familia y compañeros de trabajo, lo que me reconfortaba bastante a pesar de mi gravedad; con mucha satisfacción recibí las llamadas de mi nieto, las cuales me animaban en forma especial y evitaban que me deprimiera.

Siempre pensé que iba a salir satisfactoriamente del hospital, mejoré de manera paulatina con persistencia de la diarrea, náuseas y anorexia, con una pérdida total de peso de 15 kilogramos.

Durante mi internamiento siempre pensé en lo poco que se sabe de este virus y sus complicaciones, así como de las diversas formas del cuadro clínico en cada paciente, ya que lo que se trata en los hospitales son las complicaciones, como en mi caso la coagulación intravascular diseminada. El 24 de junio presenté un cuadro de faringitis y amigdalitis tratado con cefalexina con una evolución favorable.

Desde el punto de vista bioético siempre se me trató adecuadamente, sobre todo en beneficencia, ya que considero que mi padecimiento fue muy grave.

Un suceso desde el punto de vista cultural fue la alucinación de la mujer vestida de negro que describí en líneas anteriores, que relacioné con la muerte y que, creo, vi con indiferencia y sin angustia. El resto de mi estancia cursé sin ningún otro fenómeno alucinatorio.