Erick Jonás, estudiante de 1er año de la Licenciatura de Médico Cirujano

Mis templos se erigen vacíos, perdidos en el bosque, envueltos en vegetación y estrangulados por vides. No se dicen oraciones, ni se cantan canciones. Nadie se arrodilla ante mí. Todo el mundo se ha ido. Cuando no se hablan oraciones y no se cantan canciones, ¿nos han abandonado, o es acaso que nos olvidaron? ¿A dónde se han ido nuestros dioses?

~ A través del paso del tiempo nos surgen sentimientos de soledad y la necesidad de un desapego, pero también emerge una flor, que con su blanca fragancia nos susurra al oído que es momento de comenzar de nuevo. ~

En mi sueño, había tres personas que parecían salidas de una película: una con el rostro redondo y un peinado muy meticulosamente arreglado, una chica medio rara y otro chico de rostro delgado y pálido. Ellos me acogían después de haber ido a un convento al que fui con el pretexto de enseñar francés, pero en realidad me quedaba a una especie de misa pagana llena de símbolos y rituales. Regresaba hecho un mar de lágrimas porque me conmovía mucho. Todos me decían que eran raros y que me alejara de ellos, pero yo simplemente iba y sollozaba en sus brazos.

Después, venía de regreso de un viaje donde experimenté cosas emocionales terriblemente intensas y le contaba todo a mi familia, incluso les mostraba videos (el baile de las guirnaldas y otra canción que no recuerdo), pero ellos no lograban entender. Me enojaba y me iba, y entonces volvía al convento, asistía a la misa pagana y lloraba mucho.

Después tenía que encerrarme porque escuchaba golpes fuertes que venían del exterior de una especie de colegio. Me asustaban y quería esconderme, así que me fui con una señora muy vieja y que me resultaba bastante pura, llevaba un ramo de rosas inglesas blancas. Caminábamos juntos por la calle, subíamos una colina de grava, y ella se mareaba un poco. Nos bajamos y se recargó en una esquina donde había una casa en obra negra. Sentía la textura de los ladrillos grises y ella decía que esa era su casita, su granito de arroz. Yo tocaba la misma casa y sentía que también era mi casita, pero parecía una taza de café pequeña. La casita se sentía llena y vacía a la vez. La sentíamos tan nuestra y tan familiar, pero al mismo tiempo, tan extraña e indiferente, así que llorábamos juntos.

Se abría una puerta como el viejo brincadero de piedra de la casa de mi pueblo. Entrábamos y era como estar en la estancia de la casa vieja de mis abuelos. Ella se perdía y yo escuchaba una risa o algo parecido, luego veía a mi mamá guardando cosas y escondiéndose porque había grandes golpes como el estruendo metálico de una puerta marina con una ventana redonda en el centro. Guardaba las cosas y me escondía con ella, la sensación de estar colocando seguros y trabes para las puertas aún la tengo muy vívida.

Entraba a otro cuarto similar a la estancia de la casa vieja de mis abuelos. Escuchaba el ruido de una puerta cerrándose, una puerta pesada y metálica marina de un barco azul con una ventana redonda. Se cerraba completamente y escuchaba que no había estrellas en el costado derecho de la habitación. Estaba atrapado en una especie de bóveda celeste con estrellas sobre mí y en la pared izquierda, pero la derecha se veía más oscura. Oía unas voces que me decían que no tuviera miedo, pero el cuarto se hacía más pequeño y yo tenía que luchar contra grandes moscas gordas y feas que me picaban y molestaban mucho. Cuanto más luchaba, más fuertes se volvían hasta que golpeaba a una y le ponía un cilindro encima. La mosca no moría y, al levantar la lata de spray fijador para el cabello, salían más moscas fuertes y asquerosas. Luchaba con ellas sólo con un trapo, pero me rompía en llanto mientras las moscas me picaban y yo sangraba. Poco a poco, las comencé a matar una por una, desmembrándolas rápidamente porque si no se hacían más fuertes. Finalmente, las mataba a todas y se convertían en una especie de pegatinas extrañas como de silicón o del material del llavero raro de mi mamá.

Los golpes de una puerta metálica y pesada se escuchaban de nuevo y podía salir. Veía que la bóveda celeste, mi prisión, se llenaba de estrellas; la pared derecha opaca y sin estrellas comenzaba a iluminarse desde abajo. Hacía un esfuerzo para abrir la puerta desde adentro. Giraba la rueda de las puertas pesadas de los submarinos, pero sentía que sólo podría abrirla si mi corazón estaba en paz, abandonando sentimientos de culpa y odio. Lo intenté dos veces sin éxito. Sentía manos que me atraían a quedarme hasta que nuevamente intenté abrir la puerta, abandonando aquellos sentimientos negativos. Sentía que alguien por fuera trataba de ayudarme y, poco a poco, la puerta comenzaba a ceder. Se rompía el cristal de una pequeña ventana redonda por encima, gritaba ayuda y alguien me veía, rápidamente todos me ayudaban. Habían pasado muchos años y ese cuarto donde una vez me perdí se había convertido en leyenda. Cuando la puerta se abría, veía los cuerpos de las personas que se perdieron ahí, con el rostro gris y caído. Salía completamente, la puerta se cerraba y desperté llorando.

6h27

Últimamente me ha dado por leer y profundizar un poco más sobre los postulados de Carl Jung, y teniendo en cuenta que un día antes a que yo soñara todo esto, lo estuve leyendo y también estuve reflexionando sobre lo que él plantea, pues me parece bastante lógico el haber soñado con algo así. Es a partir de esto que puedo comprender este sueño como una gran combinación de símbolos y emociones que se presentan enraizados profundamente en mi estado emocional, el desapego y mi proceso de encontrar consuelo en lo que podría denominar “el arte de empezar de nuevo”.

Una vez teniendo esto en cuenta, la interpretación de estos símbolos a través del prisma de la psicología junguiana y una reflexión sobre mi experiencia (considero) puedo ofrecer una visión muy cruda de mi viaje emocional, así como también contemplaciones y una especie de pseudo análisis que puedan ayudar a personas que hayan experimentado o estén viviendo una situación similar a la mía.

Kanëhe: soñar

Handikhia: soñar pero mientras se está en la tierra de allá (el allá entendido como un espacio no físico, una tierra donde se producen cambios y alteraciones del estado y la experiencia onírica según las cosmovisión del pueblo venezolano de los Pumé)

Handivagá: tener una visión sin dormir y sin cuestionar la experiencia fenomenológica de soñar

Todos vivimos el sueño de la misma manera, pero lo percibimos según nuestro propio contexto en base a un complejo amplio de experiencias que lo terminan definiendo y aportándole significado.

Estos conceptos los aprendí de la Doctora Gemma Orobitg durante mi seminario de antropología del sueño y hago un poco mención a esto porque la manera en que diferentes culturas y contextos interpretan y experimentan los sueños es fascinante y profundamente enraizada en sus creencias y cosmovisiones únicas. En el caso de los Pumé, por ejemplo, tienen términos específicos como “Handikhia” y “Handivagá” que describen diferentes tipos de experiencias oníricas, cada una con matices y significados distintos.

Mi sueño, con sus imágenes simbólicas y emocionalmente intensas, podría resonar de manera diferente dentro de la cosmovisión Pumé. Por ejemplo, la experiencia de ir a un convento bajo un pretexto y encontrarme con una misa pagana podría ser vista como un encuentro con fuerzas espirituales o entidades que operan en un espacio no físico, similar a lo que los Pumé podrían entender como “Handikhia”

Además, la intensidad emocional y la búsqueda de significados trascendentales que experimenté en mi sueño (siento) que podrían relacionarse con la idea de “Handivagá”. Esto podría reflejar una necesidad de explorar y comprender aspectos profundos de mi psique y el entorno, algo que, desde mi punto de vista, es algo inherente de la naturaleza humana. El recurrir a herramientas y campos de conocimiento que nos ayuden a comprender las experiencias que no nos son tan fáciles de explicar a través de las ciencias exactas.

En el corazón del sueño, las tres figuras que me acogen las puedo entender como aspectos arquetípicos de mi psique, según la teoría de Carl Jung. Él sugiere que nuestros sueños son una vía para el inconsciente colectivo, un depósito de imágenes y símbolos compartidos por toda la humanidad y, como ya dije, estos los analizamos y comprendemos en base a nuestras experiencias.

La figura con el peinado muy arreglado la entiendo como un simbolismo a la autoridad y la tradición, representando la estructura y las normas que he internalizado muy probablemente de manera inconsciente a lo largo de mi vida. La chica medio rara podría encarnar la sombra, una representación de los aspectos de nosotros mismos que consideramos inusuales o inaceptables, mientras que el otro chico podría ser un reflejo de mi propio yo en su forma más pura y sin filtro. O quizás simplemente era un extra para hacer y sentir más real el sueño, alguien que vi por la calle o en una foto vieja.

El viaje al convento bajo el pretexto de enseñar francés, sólo para participar en una misa pagana, puede ser un claro ejemplo de mi búsqueda de un significado fuera de los límites convencionales, explorando y conociendo acerca de nuevas maneras y perspectivas de entender la espiritualidad (no forzosamente ligada a la religión). Este escenario resuena con el concepto junguiano de la individuación, el proceso de integrar los diferentes aspectos de uno mismo para alcanzar la totalidad. La misa pagana, con sus símbolos y rituales, podría representar un deseo de explorar y entender las partes de la psique que me resultan misteriosas y fuera de lo común. La conmoción que siento arrastrándome hacia un mar de lágrimas, sugiere una intensa catarsis emocional, una representación de la confrontación directa con mi inconsciente, el proceso de muerte y destrucción (simbólicas) de antiguas partes de mí que ya no tienen un lugar en la narrativa actual de lo que hoy es mi vida y mi percepción sobre esta.

La incomprensión de mi familia hacia mis experiencias emocionales y la consiguiente frustración y aislamiento que siento, son indicativo y un grito de la soledad profunda que experimento.

La figura de la señora con las rosas inglesas blancas, caminando conmigo, subiendo una colina de grava, avanzando hacia una casa que ambos sentimos como un hogar. Vacío y lleno a la vez, tan natural y contradictorio, una representación de mi propio ser: una estructura en construcción, llena de potencial y al mismo tiempo desprovisto de la certeza y seguridad del futuro, viviendo el duelo de una melancolía no deseada, erosionándome bajo este manto de temor, abandonándome a la deriva de mi propia vida. Hasta terminar como uno de esos viejos ladrillos grises.

La bóveda celeste en la que me encuentro atrapado, con estrellas en algunas paredes y oscuridad en otras, una poderosa metáfora de mi estado emocional. Rodeado de aspiraciones y sueños, pero también enfrentando la oscuridad de la duda y el miedo. La puerta marina pesada y metálica, con su ventana redonda, es un símbolo de las barreras emocionales que, según mis terapeutas, tengo que superar.

Jung creía que, para alcanzar la individuación, uno debe confrontar y reconciliarse con sus miedos y traumas más profundos. En mi sueño, sólo soy capaz de abrir la puerta cuando abandono los sentimientos de culpa y odio, lo que sugiere que los procesos de sanación y crecimiento personal requieren de una liberación y aceptación de estos sentimientos incómodos.

Al final de mi sueño, cuando por fin logro abrir la puerta y encontrar ayuda, también son los momentos justo antes a despertar e iniciar un nuevo comienzo, la sanación consecuente a la reflexión de un sueño catártico. Una liberación de la prisión emocional de la que muchas veces no nos creemos capaces de escapar.

La visión de los cuerpos de las personas que se perdieron en ese cuarto, con rostros grises y llenos de polvo, representan las partes de uno mismo que debemos estar dispuestos a dejar atrás.

En la extraña narrativa de mi propia experiencia, ese sueño es como una epopeya de la soledad, el desapego y el arte de empezar de nuevo, pero más que eso, simplemente puede ser entendida como un proceso de cambio.

Cada símbolo y escenario representa una faceta de mi proceso interno y del viaje hacia la sanación y la autocomprensión. Pues en escasos días, regreso a la universidad y eso lo veo como un paso crucial y probablemente el último en esta evolución de lo que soy y lo que tuve que sacrificar y dejar atrás para emprender este nuevo viaje. Un intento de reconectar con mi vida anterior mientras sigo integrando las lecciones y experiencias que he acumulado durante mi tiempo fuera.

Esta transición no está exenta de dolor y desafíos. La terrible sensación de aislamiento, el fomo de ver a mis amigos avanzando tan rápidamente y la sensación de que me quedo atrás, sumada a la lucha por encontrar mi lugar son fuertemente abrumadoras, pero en el sueño y después de este análisis, me puedo dar cuenta de que todos tenemos la fuerza y la capacidad para enfrentar y superar estos obstáculos. La liberación de la bóveda celeste y la apertura de la puerta marina son símbolos poderosos de una capacidad para superar el miedo y encontrar un nuevo camino hacia la paz y la realización personal.

Si alguien me preguntase sobre lo que considero que significan los sueños, diría que son testimonios de resiliencia y una muestra de la eterna e infinita capacidad que tenemos para transformarnos y resignificar nuestras experiencias de vida.

La razón de haber analizado y explicado todo esto, es para ejemplificar un poco más claramente el punto al que pretendo llegar. El cómo la soledad y el desapego, con un poco de ayuda del tiempo (y muchas horas de terapia) me permitieron darme cuenta sobre la importancia que tiene el darnos la oportunidad de empezar de nuevo. Ya que, a lo largo de nuestras vidas, todos pasamos por momentos de angustia y podemos llegar a creer que vamos por la vida sin rumbo, como una vaca sin cencerro, sintiendo que nuestras estructuras, certezas y creencias de lo que pensamos que somos, aquellas en las que solemos basar nuestra identidad, se desmoronan. Sin embargo, es precisamente en estos momentos de aparente desolación cuando se nos brinda la oportunidad de florecer de nuevo.

Tomando como ejemplo el párrafo con el que inicio este escrito. Hay un templo en ruinas, perdido en un bosque, cubierto por en su totalidad por vegetación. A primera vista, puede parecer un símbolo de abandono y olvido. Pero si miramos más de cerca, veremos que la naturaleza no ha dejado de crecer a su alrededor. Esa vegetación que lo envuelve es una señal de vida, de renovación, y nos recuerda que cada final es también un nuevo comienzo. Cuando nos encontramos en un lugar oscuro, cuando sentimos que hemos perdido el rumbo, es esencial recordar que estos momentos son sólo una parte de nuestro viaje. Nos dan la oportunidad de reflexionar, de aprender y de encontrar fuerzas que quizás no sabíamos que teníamos. Cada vez que nos enfrentamos a la adversidad y nos levantamos, nos volvemos más fuertes y más sabios.

Comenzar de cero jamás será un signo de fracaso. Al contrario, es una muestra de valentía. Es reconocer que algo no funcionó y tener el coraje de intentarlo de nuevo. Es la capacidad de aprender de nuestras experiencias, de soltar lo que no nos sirve y de construir algo nuevo con las lecciones aprendidas.

Permitámonos ese tiempo de renovación. No temamos los cambios ni los nuevos comienzos. Recordemos (y por más que parezca cliché) que cada día es una nueva oportunidad para reinventarnos, para crecer y para acercarnos a la mejor versión de nosotros mismos. La vida es un constante ciclo de destrucción y creación, y en cada vuelta del ciclo, tenemos la oportunidad de ser más auténticos, más resilientes y más conectados con nuestra verdadera esencia. Tengamos la apertura emocional para abrazar nuevas oportunidades con esperanza y determinación. Confiemos en cada paso que damos, y en la capacidad de reconstruir y de encontrar caminos nuevos y más enriquecedores. Sólo confiemos, la constancia y el compromiso con que hacemos las cosas que nos apasionan, son las que poco a poco nos van acercando a nuestros sueños. Así como el amor se construye amando, el camino se construye caminando y siguiendo hacia adelante. No darnos por vencidos y actuar en base a nuestros valores y principios de lo que creemos que es correcto. Ya que como mencionó mi buena amiga Kenlly en su propia publicación en esta gaceta: “El verdadero valor de un médico no está determinado por un número, sino por el esfuerzo, la dedicación, la disciplina, la pasión y la humanidad con que aborda cada vida que toca”.

No falta mucho para regresar a la universidad, y personalmente, después de todo lo que he experimentado, aprendido y vivido en este tiempo, me doy cuenta de que no llevo conmigo sólo los recuerdos y las cicatrices del pasado, sino también una comprensión más profunda de mí mismo y una renovada determinación para reconstruir una vida llena de significado y conexión. En este contexto, mi regreso a la facultad podría verse como un intento de reconectar y encontrar un sentido de pertenencia, pero también es una lucha contra el miedo al rechazo y la incomprensión.