Dánae Rosas García, estudiante de 4to año de la Licenciatura de Médico Cirujano, grupo 4869

Mi primera vez en una cirugía laparoscópica en el Hospital General de Zona 2-A “Troncoso” fue una experiencia interesante, ya que nunca antes había asistido a una. Al principio tenía nervios e incluso miedo. Todo comenzó cuando me preparé para ingresar por primera vez a los quirófanos del hospital. Al cruzar las puertas del quirófano, me llamó la atención el ambiente estéril y ordenado, junto con el sonido constante de los monitores y el brillo de las luces quirúrgicas.

Lo primero que captó mi atención fue la torre de laparoscopía, una estructura de la cual no entendía nada. Tenía una pantalla y equipos conectados con números y varios botones cuyo uso desconocía en ese momento. Había escuchado sobre el procedimiento, pero verlo en persona hizo que todo se sintiera mucho más real y me permitió tener mi primer acercamiento a este tipo de procedimientos laparoscópicos.

La paciente, una mujer de 45 años, estaba lista en la mesa quirúrgica, bajo anestesia general. Observé cómo el cirujano y su equipo colocaban los trocares, esos pequeños tubos que permiten el paso de los instrumentos hacia el interior del abdomen. La primera incisión fue pequeña, pero ver cómo introducían la cámara y, de repente, tener una vista clara y ampliada del interior de la cavidad abdominal me gustó bastante, ya que pude ver otro lado de la Medicina del cual desconocía mucho.

A medida que la cirugía avanzaba, me di cuenta de la destreza que debe tener el cirujano para manejar el equipo, y de cuánto han evolucionado los procedimientos médicos. Ahora, se emplean aparatos que permiten hacer cirugías mínimamente invasivas, aunque aún pueden realizarse de manera abierta. Este tipo de instrumental tiene beneficios tanto para el paciente como para el equipo quirúrgico.

Ahora, viéndolo en retrospectiva, después de haber comenzado mis clases de cirugía, todo cobra sentido de una manera completamente diferente. Entiendo por qué se eligen esos puntos precisos para la colocación de los trocares: es necesario tener un acceso óptimo a la vesícula biliar y evitar dañar estructuras vitales como el hígado o los intestinos. La anatomía, que en ese entonces parecía tan compleja y abrumadora, ahora tiene un orden claro. Sé que los conductos biliares deben identificarse correctamente, y que las estructuras adyacentes, como la arteria cística, deben preservarse o seccionarse de manera controlada para evitar complicaciones postoperatorias.

Las manifestaciones clínicas, que en su momento parecían un simple listado de síntomas, ahora tienen un significado más profundo. Los episodios de dolor en el cuadrante superior derecho, la ictericia, los vómitos y la intolerancia a alimentos grasos son manifestaciones claras de la disfunción de la vesícula biliar. El cálculo biliar que obstruía el flujo normal de bilis explicaba todos esos síntomas que, en ese momento, simplemente parecían parte de una historia clínica más.

Lo que más me sorprende al mirar hacia atrás es cómo la práctica quirúrgica y la teoría médica se entrelazan tan perfectamente. Ahora sé por qué era tan importante revisar cuidadosamente la anatomía antes de comenzar a cortar y cómo una identificación incorrecta de los conductos podría tener consecuencias, como una lesión en el colédoco. Las clases de cirugía no sólo me han dado el conocimiento técnico, sino también una mayor sensibilidad hacia los detalles que aseguran una cirugía exitosa y, en última instancia, una recuperación adecuada para el paciente.

Esta nueva comprensión ha hecho que valore aún más aquella primera experiencia en el quirófano. Lo que en ese momento parecía algo desconocido ahora es un proceso lógico, diseñado para minimizar riesgos y aliviar el sufrimiento de los pacientes.