
Andrea Daniela Serna Aguilar, alumna de la Licenciatura de Médico Cirujano
Cursé mi último semestre en el Hospital General de Zona 2A “Troncoso”, y hoy quiero compartir mi experiencia respecto a un caso clínico que presenté en la materia de Cirugía.
El caso fue de un paciente masculino de 44 años que llegó a urgencias por un absceso hepático, lo que llevó a decidir su intervención quirúrgica. Durante la primera cirugía para drenaje del absceso, recuerdo que el contenido aspirado tenía un olor muy fuerte, que incluso llegó a otras salas cercanas. Aparentemente, todo salió bien y la cirugía concluyó sin complicaciones.
Dos días después, un residente nos pidió que fuéramos a ver al paciente. Ese día, mi compañera y yo platicamos con él, y nos pareció una persona muy amable, cooperadora y accesible. Nos compartió algunos de sus antecedentes y su padecimiento actual. Al revisar el gasto de la sonda que se había colocado durante la cirugía, observamos que tenía un aspecto normal, color ámbar, y no presentaba signos de inflamación en el sitio quirúrgico. Al despedirnos, él se mostró sonriente y con una actitud positiva.
Más tarde, le pedí a nuestro doctor de cirugía autorización para hacer el caso clínico de ese paciente, y me la concedió. Comencé a buscar su expediente y a consultar a los médicos y residentes que lo habían tratado sobre su evolución. Para mi sorpresa, me informaron que había fallecido. Me impactó especialmente su muerte, dada su edad y la buena actitud que mostraba.
Empecé a investigar y recopilar información para mi presentación. A medida que avanzaba, me daba cuenta de que el caso se volvía más complicado, lo que me motivaba a estudiar más para comprender su situación, especialmente la interpretación e identificación de estructuras en los estudios de gabinete, pues suele ser algo que se me dificulta.
El paciente tuvo múltiples intervenciones quirúrgicas, ya que su absceso era recidivante, a pesar de haberse drenado 4 veces. Una de las intervenciones fue un drenaje percutáneo y posteriormente a este procedimiento se diagnosticó hidroneumotórax, por lo cual requirió sonda endopleural. Días después comenzó a presentar signos de choque: hipotensión severa, taquicardia y taquipnea. En su gasometría se reportó acidosis metabólica severa. Debido a esto, se habló con su familiar sobre la autorización para realizar maniobras de resucitación y manejo avanzado de la vía aérea, pero no aceptó. Fue sólo cuando el paciente entró en paro que su familiar accedió a dar el consentimiento. Lamentablemente, a pesar de los esfuerzos médicos, el paciente falleció.
Este caso me dejó pensando en muchas cosas y me hizo aprender y cuestionarme bastante. Mientras preparaba la presentación, recordaba nuestras pláticas y la buena actitud que mostraba. Reflexioné sobre la gran responsabilidad que recae en los médicos y cuántas veces surge la pregunta: “¿Hice verdaderamente todo lo que pude con lo que tenía?” o “Si hubiera hecho esto diferente, ¿hubiera cambiado el resultado?”.
¿Hasta dónde debe llegar el grado de empatía e involucramiento de un médico con un paciente? ¿Está mal sentirse triste por la muerte de un paciente? En este sentido, también quiero hacer alusión a la salud mental del personal médico. Sé que somos humanos y puede ser normal sentirse mal, pero… ¿será peor dejar de sentirlo? Aún me siento pequeña en términos académicos, y hay muchas dudas que no puedo resolver ahora.
Quería compartir esto y, finalmente, agradecer al doctor César Reyes Elizondo, nuestro docente de Cirugía, por su siempre buena actitud, disposición y especial interés en la enseñanza. En estos 4 años, pocas veces me he encontrado con doctores así, ya que motivan a seguir aprendiendo y fomentan la autoexigencia. Al final, depende de nosotros qué tan buenos médicos queremos llegar a ser.