HISTORIAS DE ÉXITO #MUJERESFACMED
Soy Gloria Soberón Chávez. Desde pequeña, crecí en un ambiente ligado a la academia porque mi papá, el doctor Guillermo Soberón Acevedo, era investigador, y mi mamá, Socorro Chávez Villasana, maestra en la Facultad de Química. Sin embargo, yo quería ser médica y estaba enfocada en esa área.
Todo cambió cuando mi prima Ofelia Chávez habló con mi papá sobre la Licenciatura en Investigación Biomédica Básica (LIBB), que en ese momento era muy nueva (yo fui de la tercera generación). Al platicar con Mario Castañeda, entonces Coordinador de la carrera, me entusiasmé y decidí entrar al propedéutico. Mi papá, quien también fue Rector de la UNAM (1973-1981), me advirtió que debía elegir entre Medicina o Biomédicas, pues presentar el examen para ambas sin decidirme le quitaría oportunidades a otros. Al final, opté por la ciencia y actualmente soy investigadora en el departamento de Biología Molecular y Biotecnología del Instituto de Investigaciones Biomédicas.

Lo que me enamoró de la investigación fue la posibilidad de hacer preguntas, diseñar proyectos y satisfacer mi curiosidad científica. Mi interés por la genética molecular de bacterias comenzó durante la licenciatura, cuando realicé rotaciones con investigadores como Mario Castañeda y Jaime Martuscelli. En ese momento, las bacterias eran un modelo de estudio muy relevante, y desde el inicio me enfoqué en bacterias de interés médico o industrial, aplicando la genética molecular para entender su impacto. Durante mi maestría y doctorado, trabajé con Rhizobium, estudiando la plasticidad de su genoma y rearreglos genéticos, temas novedosos en ese entonces. Tuve la fortuna de que mis maestros me permitieran desarrollar líneas de investigación desde etapas tempranas, lo que marcó el rumbo de mi carrera.
Una de mis principales contribuciones ha sido en el estudio de Pseudomonas, donde investigamos la producción de ramnolípidos y su relación con la virulencia. Logramos avances clave en entender cómo se regula esta producción, lo que permitió proponer estrategias para obtener cepas útiles en biotecnología que no son patógenas. Además, descubrimos que algunas cepas atípicas, a pesar de tener mutaciones en sistemas regulatorios clave, mantenían su virulencia, desafiando la idea tradicional de que la ausencia de ciertos factores siempre la reduce. Esto tiene importancia en la investigación en terapias alternativas, pues hay mucha investigación a nivel global sobre el uso de moléculas anti virulencia que puedan ser útiles contra cepas que tienen alta resistencia a antibióticos, y el estudio de las cepas atípicas puede permitir definir blancos moleculares distintos al entender cómo estas cepas evaden los mecanismos convencionales de control. Nuestro trabajo ha ayudado a comprender mejor la complejidad de la regulación bacteriana y su impacto en aplicaciones médicas e industriales.
La UNAM ha sido fundamental para mi crecimiento, tanto en investigación como en la formación de recursos humanos, brindándome oportunidades clave que marcaron mi trayectoria. Lo más significativo para mí ha sido la interacción con las y los estudiantes, que me llenan de energía y propósito. Ver su curiosidad científica y acompañarles en su crecimiento profesional es una de las mayores satisfacciones.
La LIBB ha logrado mantener el equilibrio entre rigor académico y oportunidades innovadoras, formando generaciones de científicos capaces. Ese legado, sumado al compromiso de sus profesores e investigadores, es lo que hace de esta licenciatura un espacio ejemplar y motivador para seguir contribuyendo desde la docencia.
Mi principal recomendación para quien desee estudiarla es que la elijan sólo si realmente les apasiona, pues la investigación es fascinante pero también demanda perseverancia ante la frustración. Lo crucial es reflexionar qué les motiva: si anhelan dedicarse plenamente a la ciencia o prefieren integrarla con otras profesiones, pues ambas son válidas. Lo importante es seguir lo que genuinamente les inspire.
Personalmente, no sentí que ser mujer fuera un obstáculo explícito en mi carrera, pero con el tiempo reflexioné sobre los desafíos invisibles que enfrentamos. Yo pensaba que tenía que demostrar que era capaz en lo que hacía y que las mujeres debíamos ser no sólo iguales, sino mejores que nuestros compañeros para destacar. El mayor reto ha sido equilibrar la vida académica con responsabilidades familiares, algo que aún hoy sigue siendo difícil. Aunque yo no experimenté discriminación directa, reconozco que el sistema no estaba diseñado para nosotras, y por eso valoro los avances actuales en equidad, buscando que las nuevas generaciones tengan mejores condiciones para desarrollarse en la ciencia sin tener que sacrificar otros aspectos de su vida.
Mi experiencia en puestos directivos en la UNAM -al frente del Instituto de Investigaciones Biomédicas (2007-2011), como Coordinadora de Estudios de Posgrado (2011-2014), y como Directora General de Vinculación de la Coordinación de Innovación y Desarrollo (2014-2018)- confirmó que, aunque las mujeres avanzamos en estos espacios, aún enfrentamos barreras culturales sutiles pero reales. El mayor reto no fue la responsabilidad administrativa en sí, sino navegar un entorno donde la autoridad femenina todavía sorprende: desde reuniones donde prefieren que un colega hombre valide tus ideas hasta la percepción de que “una jefa” es algo excepcional. Nunca sufrí discriminación explícita, pero sí esa incomodidad invisible de que el sistema no está naturalmente diseñado para nosotras.

Hoy veo con esperanza cómo las nuevas generaciones de mujeres van normalizando estos roles, pero es crucial reconocer que el cambio es lento: a veces minimizamos estas dinámicas pensando “así es la vida”, cuando en realidad son resistencias que debemos transformar juntas. Cada mujer que ocupa estos espacios allana el camino para que las próximas lo hagan con mayor libertad.