
Kenlly Meliza Leocadio Trejo, estudiante de la Licenciatura de Médico Cirujano
“Amor” lo añoramos, deseamos, tenemos y hasta a veces padecemos al creer que carecemos de él, como cualquier ser humano con capacidad de sentir. No creo que en el mundo exista una persona apropiada para tratar de explicarlo, aunque ha sido la inspiración de miles de canciones, de la literatura más famosa y de las historias con las que generaciones han crecido; algunos inclusive piensan que es la respuesta a la pregunta “¿para qué vivir?” y, la verdad, me considero una de ellas, pero no de una forma consolidada en centrarse sólo en el amor romántico, porque justamente el problema radica en que hemos sido alienados en cuanto al concepto de amor se refiere, en cómo debemos sentirlo, como si existiera algo correcto o incorrecto en la forma en que debe verse o expresarse; la sociedad ha impuesto sus “reglas” a algo que no las tiene.
En la escuela de medicina nos enseñan sobre las reacciones químicas y fisiológicas que podrían constituir el amor, pero poco nos enseñan a usar este sentimiento a nuestro favor día a día, ya que sin amor no hay medicina; podemos estudiar todo lo que podamos referente al cuerpo humano, obtener los lugares más codiciados en los ranqueos, ser el mejor en los exámenes, siempre buscando destacar y destacar, cambiando ciegamente por la vida, creyendo que todas las respuestas están en los libros para dar como resultado el atendimiento de cuerpos y no de vidas, dejando de buscar el bienestar y sólo vertiendo en un conocimiento sin sentido, porque al realmente ejercer la medicina no sólo estás buscando aliviar los padecimientos, ser médico es pararte en el mundo desde la perspectiva de que nada de lo humano te es ajeno y que tu responsabilidad va no sólo con quien se te presenta en la consulta, sino con la sociedad.
“Dirigiré el régimen de los enfermos en provecho de ellos, según mis fuerzas y mi juicio, y me abstendré de todo mal y de toda injusticia.”
Recordando el juramento que se hace al finalizar la licenciatura, habríamos de agregar un compromiso propio a ejercer la medicina con el corazón abierto, recordando que la verdadera cura no sólo alivia el cuerpo, sino que nutre el alma. Y tratar a cada paciente con la humildad, el respeto y la compasión que merece, reconociendo que el conocimiento es un instrumento al servicio de la vida y del amor, los cuales son pilares fundamentales que guían la práctica y el compromiso con la humanidad.
Diferentes tipos de amor son los que existen, pero todos derivan en el mismo amor por la vida; si somos médicos para intentar comprender la vida y, a su vez, esforzarnos por preservarla, además de la pasión por ayudar a otras vidas, ¿no sería el amor lo más importante para alimentar nuestra profesión?
El camino es cansado, agotador y, según algunos, largo y arrebatador; con el paso del tiempo, perdidos entre la repetición y la pérdida, algunos dejan de sentir ese amor; pero la realidad es que cada vida que llega a la tuya por “ayuda” es una buena oportunidad para recordar ese amor, esa inocencia que sentiste en tu primera semana en la Facultad cuando usaste una bata por primera vez, cuyo brazo izquierdo tenía bordado “Aliis Vivere” (vivir para los demás), para después darte cuenta de que en realidad es algo recíproco, porque la persona que está vulnerable frente a ti es una vida que ama, es amada y, al poder prolongar su tiempo para seguir haciéndolo, te devuelve el amor por lo que haces día con día, y que, aun cuando a veces o mayormente las cosas no salen como deberían, ese uno que otro es el que vale la pena todo el esfuerzo, amor y dolor invertidos.
Honra el amor que las personas depositan en ti a través de la confianza y devuélvelo haciendo que ellos puedan seguir amando las cosas que la vida tiene que ofrecer. Y date cuenta de que esos momentos pequeños del día, como sostener la mano de un bebé con ternura cuando su madre no puede hacerlo, la madre que te agradece tu “humanidad” por tu atención o el simple hecho de poder ayudar sólo escuchando, son un tipo de amor.
Agradece el privilegio de tener una profesión en la que puedes conocer historias de amor y ver por ti mismo cómo la vida lucha por preservarse, y no olvides que no atiendes cuerpos, sino vidas, que aman y son amadas.