Cuando era pequeño, como casi todo niño, el doctor Alberto Lifshitz dijo a su familia que sería médico, y esa idea marcó el resto de su vida dejándole grandes satisfacciones. Docente, escritor, administrador y pionero de la Medicina Interna de nuestro país son algunas de las experiencias del actual secretario de Enseñanza Clínica, Internado Médico y Servicio Social de la Facultad de Medicina (FM) de la UNAM.

“Ya no me pude ‘zafar’ de esa decisión infantil. Por fortuna, cuando ingresé a la carrera se enriqueció mi vocación. Me gustó tanto la Medicina que no estuve dispuesto a renunciar a ninguna parte de ella y, cuando hubo que optar por una especialidad –elegir siempre significa renunciar a lo demás–, tuve que decidir entre Pediatría y Medicina Interna.

“Muchos internistas después de que acaban la especialidad deciden hacer una subespecialidad, pero yo siempre he querido permanecer como internista general, porque mi idea es ver a los pacientes de una manera integral”, precisó.

Gracias a su elección, pudo contribuir en el desarrollo de la Medicina Interna en México pues, “en ese entonces [corría el año 1969], esta especialidad prácticamente no existía, por lo que su creación y consolidación fue un desafío”. Así fue como se convirtió en miembro fundador de la Asociación de Medicina Interna de México, creada en 1974, y del Consejo Mexicano de Medicina Interna, del que fue presidente de 1978 a 1990.

¿Artista o médico?

La única profesión que hizo titubear a quien fue editor de la Gaceta Médica de México fue la dramaturgia, luego de que pudo formar parte del grupo teatral de la FM. “Cuando yo estudié, esta escuela ya tenía una tradición de teatro, de hecho, cada año se presentaba una obra llamada “La muerte que soñó un cadáver”, escrita por un estudiante de Medicina.

“Alguien le vio tonos teatrales a mi voz, fui invitado a participar en el grupo y me fascinó, me enamoré del teatro como disciplina, como cultura y como arte. Llegó un momento en el que dudé si seguía con la carrera o me dedicaba al teatro, –más que actor, me hubiera gustado ser director dramático–. Por fortuna, tomé la decisión correcta”, recordó quien es autor de más de 20 libros.

La clínica y la relación médico-paciente

Aunque el doctor Lifshitz se ha desempeñado en más de 15 cuerpos editoriales y ha ejercido importantes cargos, como el de secretario del Consejo de Salubridad General en 2012, su corazón siempre ha estado en la clínica y la docencia, actividad que ejerce desde 1972. “Ésas son mis dos vocaciones auténticas, claro que las otras están relacionadas también, pero si las quisiera resumir serían esas dos”.

Por ello, no dudó en señalar la importancia de la clínica en la Licenciatura de Médico Cirujano, puesto que “al menos el 60 por ciento de la carrera tiene que ver con ella, y al menos el 70 por ciento de los alumnos se desempeñan ahí.

“La Medicina tiene muchas otras cosas, como la investigación en ciencias básicas, pero como soy clínico, pienso en la atención a pacientes”, apuntó al destacar que la mayor satisfacción para un médico es lograr la salud de quien lo consulta y que, por tanto, la habilidad más importante que debe cultivar el galeno es la relación médico-paciente: “capacidad de acercarse, de ganarse su confianza, de comunicarse con él y de entenderlo”.

De acuerdo con el también miembro de la Sociedad Mexicana de Historia y Filosofía de la Medicina, la relación médico-paciente ha sido clave en el ejercicio del arte de curar a través de los años. “La profesión médica, si contamos desde Hipócrates, tiene 2 mil 500 años –y probablemente mucho más desde que el ser humano ayudó a otro enfermo–, pero los remedios eficaces no tienen más de 100 o 150 años.

“¿Cómo es que ha sido esta supervivencia de una profesión que no tenía remedios eficaces? Hay dos efectos mágicos: el efecto placebo, en que la gente se compone aún con medicamentos o acciones inertes, y ‘la fuerza curativa de la naturaleza’, es decir, muchas enfermedades se curan solas, pero lo que está detrás de ambas es la relación médico-paciente”, manifestó el ganador del “Premio Guillermo Soberón Acevedo” en 2013.

Pero además de aciertos, la Medicina también ha tenido fracasos. En uno de sus ensayos, el doctor Lifshitz los aborda críticamente y de ellos destaca la medicalización, “se pretende que la Medicina lo resuelva todo, incluso lo que no es enfermedad”, y que la gente ha dejado de ser responsable de su propia salud. “Eso también lo hemos propiciado nosotros, porque no le hemos dado la confianza ni la autonomía para que tome sus propias decisiones”.

Asimismo, indicó que otros fracasos de la Medicina tienen que ver con las limitaciones y consecuencias del desarrollo científico. “Gracias a los éxitos de la profesión, la gente vive más y tiene más probabilidades de enfermarse simplemente por la edad. Los pacientes trasplantados, por ejemplo, ahora tienen enfermedades que antes ni se conocían. Es lo que han llamado ‘el fracaso del éxito’ y se conocen muchos más”.

Maravillosa carrera

Con altas y bajas, la Medicina es “la carrera más maravillosa que hay”, aseguró el doctor Lifshitz, pues “hacer que la gente recupere la salud o prolongue un poco su vida es inconmensurable”, celebró tras destacar que la FM ha contribuido a la creación de una masa crítica de médicos.

Por lo que recomendó a quienes se encuentran estudiando en ella “tener una mente abierta, permitir el ingreso del conocimiento y no dejarse moldear por las rigideces que a veces tiene el mismo, sino desarrollar la flexibilidad de saber adaptar todo lo aprendido en beneficio de los pacientes.

“Los mejores médicos han salido de esta Facultad. Le tengo agradecimiento y un afecto enorme porque no sólo me formó, me sigue formando; me dio oportunidades para mi propio desarrollo y para tener algún impacto en otras personas pues, a través de la educación médica, se puede trascender la propia persona”, concluyó.

Mariana Montiel