Ariadna Miranda Alvarado Benítez.- Alumna de la Licenciatura de Médico Cirujano

Ágata no sólo amaba la música, le encantaba ir al hospital a regalar alegría, pero en especial a su abuelito Pedro que se encontraba muy delicado de salud. Lo que ocurría a su abuelito era realmente triste, se estaba perdiendo a él mismo en su enfermedad, no recordaba quién era o quién era su familia, olvidaba donde dejaba las cosas e incluso el nombre de su nieta.
Una tarde lluviosa, Agata iba corriendo detrás del camión para alcanzarlo. Al llegar a casa se sintió muy mal, tenía un dolor extraño en su oído, una sensación que nunca había sentido antes, pensó que a lo mejor sólo era por la infección de garganta que había tenido la semana pasada.
A la mañana siguiente tomó su cometa y fue al parque, estando ahí notó que no podía escuchar como antes, todos los sonidos parecían lejanos, nada era claro para ella, sintió su cuerpo lleno de calor y una sensación que le daba vueltas y vueltas. Decidió ir a casa y pensó que si tocaba su guitarra tal vez el malestar pasaría, pero no escuchaba aquellas notas resonar en sus oídos como siempre, no podía cantar porque se sentía demasiado débil para hacerlo y eso ocasionó que Ágata estuviera triste.
Al día siguiente se sentía muy mal, las piernas le temblaban y un escalofrío recorría su cuerpo, al llegar con su abuelo no podía escuchar aquello que él le decía y se sintió tan mal que decidió regresar a casa; empezó a sentir que todo le daba vueltas, no podía sostenerse y de repente cayó, su cabeza se golpeó con un árbol.
Llegó una ambulancia con paramédicos que la evaluaron y encontraron que su Glasgow era de 15, hablaba coherentemente, tenía respuesta ocular espontánea y sus movimientos eran normales, sin embargo, ella seguía sin escuchar, sólo veía gente que movía la boca a su alrededor.
Al llegar al hospital, el doctor se percató de que Ágata no podía escuchar claramente y pensó que tal vez era por el golpe que la dejó aturdida, sin embargo, al revisar su oído, notó su membrana timpánica tan roja como una fresa y abombada como un globo: tenía otitis media aguda.
Después de 10 días de tomar su medicamento y guardar reposo, Ágata podía escuchar otra vez la música en sus oídos, las notas resonando por dentro y el sentimiento brotó de las canciones que salían por su boca. Volvió a tocar aún más hermoso de lo que tocaba antes.
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