La fragilidad es un síndrome clínico que afecta a los adultos mayores. Se presenta como consecuencia de múltiples alteraciones orgánicas, caracterizándose por el incremento de vulnerabilidad y discapacidad de la persona debido a una menor capacidad para adaptarse a cambios o retos que se le presenten.

“Este síndrome es multicausal y para que se desarrolle se deben alterar tres componentes principalmente: el físico, que se traduce en una disminución de la actividad, pérdida de masa magra de forma acelerada y debilidad muscular; el mental, el cual puede ocasionar alteraciones del estado de ánimo y deterioro cognoscitivo, en algunas ocasiones como consecuencia de la carencia de red de apoyo familiar y/o social; y el nutricional, en el que se da una disminución de la tasa metabólica y gasto energético, propiciando una disminución del apetito y, por tanto, una menor ingesta”, explicó el doctor Iván Andrade Montoya, profesor de la Licenciatura en Fisioterapia de la Facultad de Medicina de la UNAM.

En México, la prevalencia de este síndrome es del 15 por ciento y a nivel mundial oscila entre el 7 y el 17 por ciento, siendo mayor en mujeres que en hombres. Su presencia aumenta a medida que avanza la edad, por ejemplo, a los 85 años se eleva del 15 al 25 por ciento.

Para diagnosticar esta patología se utiliza el fenotipo de Fried, el cual considera cinco criterios: pérdida involuntaria de peso, estado de ánimo decaído, disminución de la velocidad de la marcha, debilidad muscular y baja actividad física. Si se cumplen tres o más se considera frágil, si cumple uno o dos se denomina pre frágil y si no cumple con ninguno de los criterios se cataloga como normal o robusto, es decir, ausencia de fragilidad.

Una de las principales consecuencias de no detectarlo es la dificultad para hacer el diagnóstico de otras enfermedades del adulto mayor y, por tanto, proponer un plan de tratamiento y seguimiento adecuado, ya que al padecer este síndrome se modifica la presentación de otras patologías, facilitando el desarrollo y progresión del deterioro funcional y otros síndromes geriátricos.

“Este síndrome se trata a partir, principalmente, de la prevención de alteraciones en los tres componentes descritos anteriormente, por tanto, se debe aumentar la tasa de actividad física con un programa de ejercicio individualizado, además, es necesario diagnosticar e intervenir oportunamente los problemas cognoscitivos, emocionales y la carencia de red de apoyo; por último, tenemos que hacer una intervención nutricional tomando en cuenta los cambios propios del envejecimiento, así como necesidades y requerimientos específicos”, concluyó el especialista en Geriatría.

Diana Karen Puebla