Completamente aislado y protegido por el desierto y el mar, Egipto pudo desarrollarse de manera autónoma, además el río se desbordaba anualmente y a su orilla dejaba la tierra fértil, lo que brindaba una cosecha estable; esa característica cíclica contribuyó fuertemente al sentido de una conciencia de aquello que es eterno. Para el año 3,150 aC, esta civilización se encontraba dividida en el alto y el bajo Egipto, y aunque ambos territorios funcionaban de manera independiente, su unión marcó uno de los grandes eventos que impulsó su gran auge; es así como su arte aludió en gran parte a este sentimiento de trascendencia, de eternidad.
“En el umbral de la historia de Egipto nos encontramos con una pieza de arte que es, a la vez, un testimonio histórico muy relevante, la Estela del rey Narmer, que conmemora la victoria del alto Egipto sobre el bajo Egipto, se trata de la pieza más antigua que contiene a un personaje histórico del que se sabe su nombre; la cabeza y los papiros representan al bajo Egipto, mientras que Horus, representado por el halcón, simboliza el alto Egipto”, señaló la maestra Nuria Galland, responsable de Servicios Pedagógicos y Contenidos Académicos del Palacio de la Escuela de Medicina.
Sobre el inicio y desarrollo de las pirámides, señaló que las mastabas eran montículos hechos de piedra que contaban con una cámara mortuoria subterránea y un túnel para facilitar el acceso, bajo este principio se construyó la primera pirámide llamada de Zoser o pirámide escalonada, la cual consistía en una serie de mastabas superpuestas, una más chica que la otra, dándole de esta manera un aspecto de montaña.
“Teocráticamente el faraón tiene un origen sobrenatural y al morir, su cuerpo físico inicia un viaje hacia el más allá y los monumentos funerarios son los vehículos que lo llevan hacia la eternidad. Al estar su religión fincada en el culto al sol, la mayoría de estas estructuras se encontraban hacia el lado occidental del Nilo, dirección a la que se ponía el sol, asegurando el vínculo del faraón con éste”, explicó la experta durante su curso-taller de Historia del Arte, transmitido por Facebook Live de la Facultad de Medicina.
Respecto a la escultura, la maestra Nuria Galland señaló que existió una profunda sensación de hieratismo vinculado con la eternidad, y a diferencia de las figuras de bulto a las que se les podía dar vuelta, características de la escultura griega, la escultura egipcia, como la Tríada de Micerino, estaba hecha de diorita, una piedra muy dura y de un color muy profundo, lo cual obligó a los artesanos de la época a no separar las esculturas del bloque inicial, además de que las herramientas eran más antiguas y aún no eran lo suficientemente firmes para separarlas sin generar un daño en su estructura.
Finalmente, señaló el momento de la caída de esta civilización y cómo las grandes expediciones arqueológicas de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX intentaron dejar una marca en las piedras de aquellos viajes míticos y fantásticos que les implicaron grandes riesgos. “Egipto cayó en manos de los persas, pero su caída definitiva fue marcada por la dinastía ptolomeica, parte de la cultura helenística, de la que destaca Cleopatra, la última faraona, que aunque contaba con grandes dotes políticos y culturales, finalmente no pudo con la fuerza romana que terminó con Egipto, sin embargo, queda su fuerte reflejo en las culturas griegas y en todo aquel que tuvo contacto con esta milenaria cultura”, destacó.
Victor Rubio