Rufino del Carmen Arellanes Tamayo fue un pintor mexicano que nació en la ciudad de Oaxaca en 1899 y murió en 1991; durante su productiva y larga vida cambió el rumbo del arte en México, aunque también tuvo una fuerte influencia a nivel internacional.

“Fue un artista mexicano fantástico, que rompió hasta cierto punto con la tendencia que había en el arte nacional. Enfocado en la ideología, concentrado en la construcción de una identidad nacional y sin dejar de ser un gran artista mexicano, vio más allá de la caja; quiso acceder hacia un universo más amplio que es en realidad la naturaleza humana, la relación con el misterio, con lo inconmensurable y también con la materia y la forma, cualidades aparentemente contradictorias que se ven unidas en su obra”, destacó la maestra Nuria Galland Camacho, Responsable de Servicios Pedagógicos y Contenidos Académicos del Palacio de la Escuela de Medicina.

Después de la muerte de su madre, Rufino Tamayo, siendo aún un niño, migra a la Ciudad de México y es cuidado por una de sus tías que atendía un puesto en el mercado de La Merced: “Él se deja empapar por los colores de este lugar, por las formas de las frutas, por el dinamismo y su vitalidad propia, pero también empieza a interesarse por lo que sucede más allá de México; estudió profundamente las vanguardias y se dejó influenciar por el movimiento de los fovistas”, explicó la experta al mencionar que esto se puede apreciar en la obra Naturaleza muerta con alcatraces, realizada en 1924.

Durante el Curso-taller de Historia del Arte, transmitido por Facebook Live de la Facultad, la maestra Galland Camacho explicó que, además del color, las formas geométricas y la fuerza dinámica que está presente en sus pinturas, otro de los gustos de Rufino Tamayo eran los perros, los cuales aparecen constantemente en su obra, un ejemplo es el cuadro Animales de 1941.

Otro aspecto interesante en su obra es un sentido del humor muy ligero que siempre está presente pese a que los temas sean duros, como se aprecia en Hombre feliz de 1947. Una cualidad que tenía es que rara vez hacía esbozos preparatorios, ya que él prefería intervenir directamente sobre el lienzo, de ahí que no se tengan tantos
bocetos en los acervos.

“Lo que hace Rufino Tamayo es que siempre está en este punto ambivalente entre la figuración y la abstracción, y qué mejor que las constelaciones y los astros para realmente explorar este punto perfecto entre aquello que es figura, que es concreto y aquello que se nos escapa, que es intangible e inconmensurable, como puede ser el cielo, lo que se puede observar en El hombre de 1953 y en La gran galaxia de 1978”, indicó la maestra Galland Camacho.

Finalmente, mostró la última obra hecha por el artista en 1990 llamada El muchacho del violín, donde también revela una de las grandes pasiones que tenía: la música. “El legado del artista sigue vigente gracias a su enorme producción, la cual no sólo está en la República Mexicana, sino también en las ciudades más importantes del mundo”, apuntó.

Janet Aguilar