El virus del papiloma humano (VPH) es un virus oncogénico que se involucra en el desarrollo de cáncer en diversos epitelios (cuello uterino y canal anal, principalmente), cuyo impacto es alto a nivel global. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), más del 80 por ciento de la población mundial con vida sexual activa podría adquirirlo en algún momento, ya que para el contagio no es necesario el coito, basta con el contacto piel-genitales.

Además, es un virus que, a diferencia de los demás virus de transmisión sexual, cuenta con más de 100 cepas o tipos, 70 por ciento de ellos son oncogénicos. Una gran cantidad de casos de cáncer cervicouterino derivan del VPH, padecimiento que representa altas tasas de morbilidad, pero sobre todo de mortalidad.

En 2018, en términos de morbilidad, después de las enfermedades agudas y de vías urinarias, la vulvovaginitis, relacionada con el VPH, fue la cuarta causa de enfermedad en las mujeres en México, con 298 mil 250 casos registrados, y el cáncer cervicouterino representó la primera causa de muerte en el grupo de mujeres de 25 a 34 años, y la segunda, después del cáncer de mama, en los grupos de 35 a 44 y de 45 a 64 años, según la Secretaría de Salud.

Durante el Seminario Permanente de Género en Salud, transmitido por Facebook Live y moderado por la doctora Luz María Moreno Tetlacuilo, el doctor César Torres Cruz, Investigador Asociado “C” del Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM, apuntó que la perspectiva de género está presente en organismos internacionales como la OMS, tanto en sus políticas públicas como en sus programas de atención para el VPH y el cáncer cervicouterino, gracias a que el feminismo ha llamado la atención para que se tomen en consideración los procesos sociales por los que las mujeres y los hombres atienden los padecimientos de manera diferenciada y se resalten las maneras por las que las dimensiones estructurales hacen que las mujeres estén expuestas a ciertos padecimientos como los relacionados con la salud sexual.

Sin embargo, advirtió que el discurso dominante de la salud pública retoma ópticas neoliberales individualizantes donde mujeres de contextos urbanos son posicionadas como “vulnerables empoderadas”, y la mirada patriarcal las ve proclives a enfermar de padecimientos de índole sexual, pero también las responsabiliza de estos, lo que termina por ratificar los roles de género tradicionales.

Por otro lado, los hombres no están incluidos en las políticas públicas mexicanas, lo que contribuye a ratificar los mandatos de género asociados a la feminidad. “Una resignación donde el sistema biomédico le quita la carga de transmisión al varón, minimiza el papel de la pareja devolviendo a la mujer al mismo sistema cultural tradicional de género que presenta a la enfermedad como femenina y aumenta la vulnerabilidad en el proceso de atención de la salud de las mujeres”, señala en un texto Mónica Luna y colaboradoras, citado por el ponente.

Finalmente, el doctor Torres Cruz consideró que las estrategias de atención de las organizaciones, donde se entiende al género como equivalente a las complejidades que viven las mujeres, necesitan ser reconsideradas para incorporar perspectivas relacionales, y que además permitan expandir la mirada determinista de comprensión de las experiencias de salud de las mujeres, como buscar espacios para resistir los mandatos de género.

Ana Camila Pérez