Akari Vanessa Estrada González, estudiante de la Licenciatura de Médico Cirujano

Soy estudiante de la Facultad de Medicina, recientemente concluí mi cuarto año de la carrera de Médico Cirujano. Estuve en el hospital de segundo nivel y roté por el servicio de Cirugía General.

Quiero compartir mi experiencia con una paciente a la que conocí en el área de hospitalización, una señora de 85 años que tenía una úlcera sacra, la cual desarrolló en su hogar.

Cuando recibimos a la paciente en el hospital, ésta se encontraba en un estado de descuido, con poca higiene y un intenso dolor en la espalda a causa de la úlcera, que nadie dentro de su hogar había notado antes. Al realizar un examen más exhaustivo, los médicos encontraron más lesiones en su cuerpo, reflejo de la falta de movilidad y mala atención que había recibido en casa.

Cuando fui a conocerla, vi que una de sus hijas la acompañaba. Al conversar con ella, noté que, a pesar de ser su cuidadora principal, no estaba segura de cuándo había comenzado a perder movilidad ni tenía claro su estado de salud.

Estuve presente cuando una enfermera realizó el cambio de uno de sus catéteres periféricos. A pesar de que la paciente presentaba un delirio hipoactivo en ese momento, pude ver en sus ojos el miedo y el dolor al sentir la aguja penetrar en sus venas. Ella estiró el brazo intentando agarrar la mano de su familiar, quien se hizo a un lado, diciendo que “no le gusta consentirla”. Instintivamente, extendí mi brazo y sujeté su mano mientras la enfermera realizaba el procedimiento.

Cuando la enfermera terminó, ambas nos retiramos de la habitación, dejando a la paciente con su familiar, quien continuaba alejada de ella y sin intenciones de consolarla. He seguido de cerca su evolución, y pese a que no ha tenido mucha mejoría, me gusta visitarla y platicar con ella de vez en cuando.

En los últimos dos años y medio, he rotado en hospitales y clínicas que atienden a cientos de pacientes adultos mayores día con día, por lo que es común acostumbrarse a verlos en los pasillos o encontrarlos hospitalizados por complicaciones de enfermedades o accidentes.

Sin embargo, ahora que estoy por comenzar el Internado Médico, esta experiencia me ha recordado la importancia de no perder mi humanidad y empatía como persona, así como una de las más nobles labores de un médico: cuidar de aquellos que a menudo no reciben la atención que necesitan en su propio hogar.

Este tipo de experiencias me traen a la mente una frase que escuché durante mi semana de bienvenida en la Facultad de Medicina, y que creo que es importante compartir nuevamente con todos aquellos compañeros que, en la monotonía de cada día, pueden llegar a olvidarla: “Si puedes curar, cura; si no puedes curar, alivia; si no puedes aliviar, consuela; y si no puedes consolar, acompaña”.