Y bien! Aquí estás ya… sobre la plancha donde el gran horizonte de la ciencia la extensión de sus límites ensancha.
“¿Qué has hecho, Rosario?, ¿qué has hecho?”, increpó el escritor Ignacio Manuel Altamirano a Rosario de la Peña, famosa por convertirse en musa de varios de los poetas del México de finales del siglo XIX. “Acuña se acaba de matar por usted”.
Era el mediodía del 6 de diciembre de 1873 cuando el también escritor, Juan de Dios Peza, buscó a su amigo, el poeta Manuel Acuña, en la habitación número 13 de los dormitorios estudiantiles de la Escuela Nacional de Medicina (ENM), ahora Palacio de la Escuela de Medicina (PEM).
Como una escena que el mismo Acuña hubiera anticipado en su obra “Ante un cadáver” (1872), el cuerpo del poeta de 24 años quedó tendido inmóvil, tras los efectos del cianuro de potasio, sustancia que deliberadamente usó para abandonar la vida.
Aquí estás ya… tras de la lucha impía* / en que romper al cabo conseguiste / la cárcel que al dolor te retenía. La luz de tus pupilas ya no existe / tu máquina vital descansa inerte / y a cumplir con su objeto se resiste.
Cuenta una de las versiones más sonadas sobre la muerte del artista, ahora convertida en leyenda, que éste decidió quitarse la vida luego de que la destinataria de su célebre obra “Nocturno a Rosario” le reclamara por llamarla su “santa prometida” al mismo tiempo que Acuña sostenía otros romances con una joven lavandera, conocida como “Celi”, y con la escritora Laura Méndez Lefort, con quien procreó un hijo.
Otras versiones, incluyendo la de la misma Rosario, desmienten que el suicidio haya sido por su causa. Hay quienes refieren que el estado del poeta era de por sí melancólico y buscaba la muerte. Otras incluso aseguran que no se trató de un suicidio.
Antes de morir, Acuña dejó cinco cartas. En una de ellas pide que su cuerpo no sea mutilado al realizarle la autopsia. Además, de acuerdo con el testimonio de sus compañeros, tanto su habitación como sus labios desprendían “el olor de las almendras amargas” del envenenamiento con cianuro.
Políticos, escritores, periodistas, sus compañeros e incluso el mismo director de la ENM, el doctor Leopoldo Río de la Loza, estuvieron en el cortejo fúnebre de Acuña, que salió de la plaza de Santo Domingo y llegó hasta el cementerio del Campo Florido, en la colonia Doctores.
De acuerdo con una de las versiones, unos días después llegaría al mismo camposanto el cuerpo de un bebé de pocos meses de nacido, llamado Manuel Acuña Méndez.
Los restos del exponente del romanticismo mexicano fueron exhumados en 1897 para ser trasladados al Panteón de Dolores, donde estuvieron por 20 años. Posteriormente, fueron llevados a la Rotonda de los Coahuilenses Ilustres donde se encuentran hasta la fecha.
Mientras que, a un costado del PEM, en 1926 fue colocada una placa que reza “Al memorable vate** Manuel Acuña”.
*Impía: Que carece de piedad.
**Vate: Poeta.
Mariana Montiel