¿Por qué decidí estudiar Medicina? Fue el tema que 31 alumnos de pregrado de la Licenciatura de Médico Cirujano abordaron en narraciones, cuentos, ensayos y poemas considerando los valores #SomosFacMed para participar en el Concurso del Día del Médico.

La ganadora del primer lugar fue Zyanya Yiutzil Juárez Barquín, el segundo fue para Rocío Estefanía Ángeles Ramos, y el tercer sitio lo obtuvo Juan Carlos Ortiz Castillo. Por la calidad de los trabajos también se otorgaron menciones honorificas a Miguel Quintana Baez y Juan Pablo Moran Peraza.

            En representación de los doctores Germán Fajardo Dolci, director, e Irene Durante Montiel, secretaria general, la doctora Margarita Cabrera Bravo, coordinadora de Ciencias Básicas, encabezó la ceremonia de premiación junto con los doctores Teresa Fortoul Van der Goes y Alexandre de Pomposo, quienes fueron los jurados.

            Como reconocimiento a su esfuerzo, todos los participantes recibieron una constancia y libros donados por el Sistema Bibliotecario de la Facultad; además, los ganadores recibieron boletos dobles para el Concierto del Día del Médico, pulseras y separadores #SomosFacMed.

Ganadores del Concurso “Día del Médico”

1er lugar

Soy médico porque puedo ser persona

Por Zyanya Yiutzil Juárez Barquín

Decidí estudiar Medicina porque me gusta despertar, sin necesidad de una alarma, cuando el primer rayo del sol entra por las ventanas y éstas todavía están empañadas por el frío del exterior. Decidí estudiar Medicina porque me gusta recostarme en el pasto y escuchar música mientras finjo que estoy en la escena de una película, pero no en otoño, porque los estornudos no me dejan respirar.

Decidí estudiar Medicina porque el olor de los libros y del café me hace sonreír; porque la luna llena y las noches estrelladas me emocionan como el fenómeno más sobrenatural; porque me gusta usar el tiempo en imaginar todos los escenarios imposibles que podrían sucederme.

También lo decidí porque, como cualquier otra persona de mi generación, estoy obsesionada con las redes sociales, río con los chistes más ridículos, subo corriendo las escaleras por si hay un monstruo en la sala del que debería huir y rompo en llanto cuando el trabajo es tanto que siento que ya no puedo más.

Decidí estudiar la carrera más bonita del mundo, porque me di cuenta de que los pacientes necesitan eso, a otra persona con pasiones, emociones, disgustos y defectos. Alguien que los escuche, no una máquina que los diagnostique. Esto no quiere decir que lo último no importe; IMPORTA. Esto sólo quiere decir que, como me lo recordó uno de los grandes profesores de esta Facultad cuando más lo necesitaba: ANTES DE SER MÉDICOS, SOMOS PERSONAS.

Y creo que todos los que estamos en esta carrera somos mucha persona, aunque a veces se nos olvide; aunque a veces necesitemos que nos recuerden que tenemos una vida, amigos, una familia y todo un mundo por descubrir fuera de las aulas. Pero siempre habrá algo, un momento, una canción o una persona que te ayude a recordarlo, que te ayude a revivir los colores, los sabores y los sueños que te trajeron hasta este lugar.

Y creo que justamente ese humanismo es la clave para ser un excelente médico; para poder escuchar y entender a tu paciente, para poder verlo como lo que él también es: una persona con metas, fortalezas y defectos, y que al igual que tú, tiene un sueño que lo motiva a vivir; y tú, médico, puedes ayudarle a cumplirlo.

2º lugar

Amor y respeto por la vida

Por Rocío Estefanía Ángeles Ramos

Cuando era muy pequeña, y luego de un ir y venir por diversos hospitales, me diagnosticaron un tumor germinal. Con todo el temor del mundo llegué a un hospital pediátrico donde el panorama fue tan distinto a otros. Había colores por todos lados, había muchos más niños con los cuales jugar y los médicos no tenían la cara de seriedad que todos los anteriores solían tener.

Mi oncólogo pediatra fue quien me dio la noticia. Sí, a mí. Aunque mi padre estaba ahí, mi doctor se dirigió hacia mí, se sentó en la sala de espera al lado mío y me empezó a platicar los hallazgos en el ultrasonido y la tomografía, me platicó sobre el manejo que debía hacer y lo que vendría después de la cirugía. A esa edad es difícil saber de qué va todo eso, en realidad mi única preocupación en ese momento era el tiempo que pasaría sin ir al colegio, era además lo triste que me resultaba estar en las festividades de diciembre en una sala donde lo más entretenido era mirar por la ventana, y por supuesto, era el no saber cuándo volvería a casa, o si volvería.

Recuerdo que al llevarme al quirófano me despedí de mi madre, ambas teníamos un nudo en la garganta que nos impedía soltar a llorar. Luego pasé al quirófano, ya estaba ahí todo el equipo de médicos que se dirigieron a mí con una sonrisa, se presentaron y al instante me aliviaron todo pesar, me hicieron reír y me hicieron confiar. La cirugía resultó bien y estuve en vigilancia hasta cumplir la mayoría de edad. Ahora entiendo que todo va de empatía, no era parte de su trabajo el darme tranquilidad, o darme un entorno más amigable para mi niñez. No lo era, y aun así lo hicieron.

Es cierto que a veces cuando eres niño ansías el ser mayor, porque antes de eso es difícil que los demás te tomen realmente en cuenta, pero con mis médicos eso no sucedía. Para ellos yo no era sólo una enfermedad a tratar, sino que era tratada como una niña cualquiera.  Recuerdo que en cada consulta mis médicos me preguntaban sobre cómo iba en la escuela. Yo siempre procuraba ser de 10, porque aunque no tenía idea de lo que ser médico significaba, sabía que para estar ahí no bastaba ser sólo bueno, sino excelente.

Durante mucho tiempo fui testigo en el servicio de Oncología de cómo los pacientes pasaban de estar con un semblante triste y cansado, a levantarse y ponerse a brincar porque escuchaban venir a un médico que siempre nos recibía a todos con una sonrisa, con bromas y con los brazos abiertos. Nunca vi a nadie preocuparse por sus pacientes como él lo hacía. Él como buen aficionado de Pumas solía ir a cada partido, pero por supuesto que no iba solo, se llevaba a todos sus pacientes de Oncología al Estadio Olímpico Universitario.

Era además divertidísimo escucharlo cuando en la sala de espera se ponía a hablar sobre cualquier cosa, la espera valía la pena. No era sólo médico, era como tener un amigo, y para mí era además inspiración. Yo ya quería provocar eso, quería sanar, quería cambiar vidas y tocarlas en lo más profundo. Quería hacer lo que él hacía, quería provocar que otros niños quisieran ser médicos o que simplemente, ser mejores personas.

Hay muchos que confunden el profesionalismo con el desinterés por tus pacientes o con la falta de empatía, pero la realidad es que no están peleados uno de otro. El médico debe ser, ante todo, humanista. No importa cuánto sepas, no vale de mucho si no puedes tener una comunicación efectiva con tus pacientes. Debes lograr transmitir justo lo que deseas transmitir, haciéndoles entender su padecimiento o el por qué se tratará de una forma y no de otra. Debes establecer un lazo de confianza para darles así seguridad. No importa la edad o los conocimientos que ellos tengan, eres tú quien debe de ser lo suficientemente inteligente para poder saber cómo hablar con cada paciente, cada uno como un ser diferente. Ahí también hay excelencia, pero ante todo amor y respeto por la vida.

La Medicina es preciosa por el simple hecho de hacerte entender cómo es que funciona el cuerpo humano: por qué sentimos lo que sentimos, por qué pensamos lo que pensamos, por qué hacemos lo que hacemos. Somos sólo una suma de células, una suma de aprendizajes, una suma de lo mejor de las personas a las que admiramos.

Aún no recuerdo el momento exacto en el que decidí ser médico, pero sé que cada cosa que viví y la forma en cómo lo viví, me hizo querer estar en el lugar de cada uno de los médicos que me habían acompañado mientras fui paciente, pero también de aquellos que aún me acompañan como estudiante.

3er lugar

Somos humanistas

Por Juan Carlos Ortiz Castillo

A lo largo de la vida hacemos esta pregunta, sea como jóvenes que recién se inscriben a la carrera esperando cosas maravillosas, como estudiantes cansados, a veces confundidos pero entusiasmados, o bien, como profesionales en un modo contemplativo. Pudimos escoger un camino más sencillo sin tantas preocupaciones, desvelos o estrés, pero no lo hicimos, ¿por qué? La respuesta es fácil: ¡porque es lo correcto! Es lo correcto para el corazón de aquel quien desde niño tuvo el sueño de ser médico, es lo correcto para aquel que se dijo “puedo hacerlo” y es lo correcto para aquellos quienes por humanidad tienen la capacidad de sentir compasión y el deseo inherente de ayudar a otro.

De igual modo, esta carrera nos forja, no sólo como médicos sino como personas, pues aquel que lea esto sabrá que se nos ha puesto a prueba no sólo con libros o estudio, sino también a nuestras emociones, mente y voluntad, pues cada uno de nosotros sabe la lucha extraacadémica que lo ha marcado y siempre hemos aprendido a darlo todo y aguantar un segundo más y cuando la vida te grita “ríndete” hemos aprendido a decirle “hoy no”, pues ¿de qué otro modo hemos llegado hasta aquí?

Todo eso seguro que nos fortalece y enseña, pero más importante aún, nos hace ser empáticos y comprender a esa persona a quien desde siempre quisimos ayudar. No sólo se trata de ver una enfermedad

y curarla, nosotros somos humanos que ríen, lloran, sienten, piensan y tienen esperanza, y ahora podemos comprender que esas personas que quisimos ayudar no son “pacientes” o enfermedades, sino personas justo como nosotros en su propia lucha a su manera.

No podemos elegir las circunstancias en las que nos encontramos, pero sí qué hacer con el tiempo que tenemos, y después de cada momento invertido reflejado en nuestra capacidad humanista para comprender a una persona enferma, sumado a nuestros conocimientos médicos para tratarlo adecuadamente hacen que podamos con orgullo decir “elegí bien e hice lo correcto”.

Diana Karen Puebla