Saturnino Herrán Guinchard fue un pintor, dibujante, profesor y precursor de la ilustración, del diseño editorial y del muralismo mexicano; nació en Aguascalientes el 9 de julio de 1887 y murió a la corta edad de 31 años en la Ciudad de México, en 1918. Fue un artista que cambió la plástica mexicana y situó las bases del muralismo para que éste evolucionara y se manifestara de la manera en que lo hicieron los grandes muralistas mexicanos.

Él fue un pintor de costumbres, se inspiró en los personajes mestizos o indígenas y los trabajó en una constante idealización alegórica de lo prehispánico, dotándolos de toques sensuales. Se trató de un pintor que tuvo ese trazo libre, meticuloso y experimental; nutrido, quizá, de la pincelada impresionista, pero también de la precisión del Realismo; recurrió a escenas al aire libre que revelaban el paisaje de su tierra, con sus tradiciones e historia”, indicó la maestra Nuria Galland Camacho, coordinadora de Servicios Pedagógicos y Contenidos Académicos del Palacio de la Escuela de Medicina.

En su Curso-taller de Historia del Arte, transmitido por Facebook Live de la Facultad, la experta explicó que desde muy pequeño Saturnino dio muestras de su gran habilidad como pintor, por lo que su padre tenía el sueño de que asistiera a la antigua Academia de San Carlos para que se formara como artista, sin embargo, con la muerte de su padre interrumpió su sueño, pero con la ayuda de su madre viajó a la Ciudad de México para ingresar a esa Academia e inmediatamente los maestros vieron sus grandes dotes para la pintura, iniciando el programa más avanzado de dibujo a cargo del maestro Antonio Fabrés.

En su pintura el Vendedor de plátanos refleja el gran compromiso que siente por la gente trabajadora, las clases marginadas y representa a un anciano que sigue cumpliendo con su labor día a día; además, tiene un gran detalle en el paisaje urbano que se aprecia en la serie de edificios al fondo de la pintura.

“En su obra La cosecha (1909) observamos una escena rural vinculada al campo, donde se destacan los valores principales que se manejaban en la época y que corresponden al Modernismo: la idea del progreso, los valores de la familia y el trabajo arduo. Él buscaba representar a un sector que trabaja y mueve a una nación, además que era muy hábil para la representación de los claros oscuros”, indicó la maestra Galland al mencionar que La ofrenda (1911) es una obra paradigmática para la pintura mexicana, donde rescata toda la tradición de México, habla de todas las etapas de la vida y hace un franco homenaje a lo efímero y lo transitorio.

Para Saturnino su más grande musa fue Rosario Arellano, quien se convirtió en su esposa y a quien representó en La tehuana, donde se puede ver una belleza andrógina que juega entre lo masculino y lo femenino, que era muy importante en la plástica de Europa y México. En esa época no era común el representar ciertos elementos típicos de la cultura mexicana, por lo que Herrán se convirtió en un precursor al introducir esta temática con tintes nacionalistas, mencionó.

Finalmente, la maestra Galland señaló que en los albores de lo que sería el gran muralismo, surgió un concurso en la Academia de San Carlos para hacer un mural que estaría destinado a lo que hoy conocemos como el Palacio de Bellas Artes. Saturnino inició los bocetos para realizar el mural que llevaría por nombre Nuestros dioses y se dividiría en tres grandes partes: la temática prehispánica; en el centro al ídolo que se veneraba, que es una versión transformada de la Coatlicue con un Cristo dentro de su cuerpo; y la temática europea. 

Janet Aguilar