Para la historia de nuestro México, en 1821, con la consumación de la Independencia, se da por terminada una época que había perdurado por 300 años: el Virreinato. Punto de partida que desencadena una reflexión profunda en el ámbito ideológico que evidenció la necesidad de una reestructuración completa de las instituciones educativas del país, puesto que éstas ya no cumplían satisfactoriamente con la misión que se les había otorgado.

Tal encomienda sólo podía ser confiada a un personaje con mente firme, innovadora y liberal, que compartiera una visión análoga de transformación. «El progreso no puede detenerse; debemos estar dispuestos a adaptarnos y evolucionar con los tiempos», fue el autor de estas palabras quien resultó designado para la ardua tarea, el célebre político mexicano y médico graduado Valentín Gómez Farías. Así el 19 de octubre de 1833 instituyó la Dirección de Instrucción Pública, la cual convertiría a las antiguas Escuelas en seis Establecimientos destinados a impartir la enseñanza media y superior; entre los cuales figuraría, cuatro días después de la reforma, aquel destinado a las Ciencias Médicas.

Fotografía cortesía del Palacio de la Escuela de Medicina, FM, UNAM

Esta dinámica marcó un hito revolucionario en la enseñanza de la Medicina. Por primera vez en el país, se incursionaría el método anatomoclínico con enfoque en la fisiología y la anatomía patológica, una perspectiva francesa moderna que permitiría fusionar dos disciplinas previamente distantes entre sí: una de esencia teórica (la Medicina) con una totalmente práctica (la Cirugía) en una misma carrera: Médico Cirujano. Quedando registrada su primera clase a las 16:30 horas de un 5 de diciembre, tarde otoñal en la que 71 alumnos inscritos iniciaban formalmente su camino, representando un momento clave para la consolidación del gremio médico.

El noble arte de la Medicina requería de una ardua dedicación, y aquellos que se aventuraban en ella debían estar dispuestos a entregar años enteros en su estudio. La carrera, aunque inicialmente duraba cinco años, en ocasiones se extendía a seis, ya que la junta de catedráticos se encargaba de hacer rigurosas revisiones y actualizaciones de las cátedras. En un mundo donde la vida y la muerte dependen del dominio en conocimiento adquirido, la educación médica se tomaba en serio y se hacía con el máximo rigor.

En su rol de pilar de la Medicina mexicana, contó con 11 cátedras en su Plan de Estudios 1833, materias fascinantes que fueron guía en el conocimiento del cuerpo humano: Anatomía general, descriptiva y patológica, Prosector de anatomía, Fisiología e higiene, Patología externa, Patología interna, Operaciones y obstetricia, Farmacia teórico-práctica, Materia médica, Medicina legal, Clínica externa y Clínica interna.

Fotografía cortesía del Palacio de la Escuela de Medicina, FM, UNAM

En estos primeros años los libros de texto eran en su mayoría franceses, debido a que, desde su inauguración, la institución se regía por el modelo médico de la escuela francesa; es hasta mediados del siglo XIX que empiezan a abrirse paso los textos de autores mexicanos.

Y siendo la Medicina un artificio minucioso, era imprescindible anexar herramientas virtuosas para el aprendizaje y capacitación del vasto alumnado, desde la compra de instrumental y modelos en cera a firmas europeas para innovar los laboratorios, hasta convenios con hospitales capitalinos e institutos de investigación; esto último reconociendo que la Medicina no era sólo una disciplina académica, sino también un arte que requería de la práctica y la experiencia para ser dominada. Los convenios otorgaban la oportunidad a los estudiantes de los dos últimos años de la carrera, conocidos como “practicantes”, de extender su formación dentro de dichas instalaciones y adquirir habilidades clínicas y emocionales que no podrían experimentar de otra forma.

Convertido el recinto en el centro de enseñanza más importante en el país de esta disciplina, volvió a incursionar con nuevas cátedras dirigidas preferentemente a los médicos ya titulados. Les llamaron “cátedras de perfeccionamiento”, siendo las primeras: Oftalmología, Ginecología, Bacteriología, Enfermedades mentales, Anatomía topográfica, Anatomía e histología patológica y Clínica infantil. Fue tal el reconocimiento que, en 1906, el Diario Oficial estableció que al contratar a médicos para puestos públicos y como profesores, se daría preferencia a los especialistas.

Con el transcurso del tiempo, a pesar de los numerosos cambios y desafíos enfrentados, la institución se fortaleció y se adaptó a las necesidades del mundo moderno, ofreciendo a los estudiantes las herramientas necesarias para convertirse en médicos competentes y comprometidos con su profesión. Hoy, gracias a aquellos primeros pasos, la Medicina en México es reconocida por su excelencia y su capacidad para enfrentar los retos más complejos de nuestro tiempo.

Con información de la Dra. Martha Eugenia Rodríguez Pérez, Profesora Titular “C” de Tiempo Completo y exJefa del Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, Facultad de Medicina, UNAM.

Por Athziry Portillo