“El Palacio de la Inquisición es el recinto que más se temía durante la época virreinal, tan sólo con escuchar su nombre los habitantes de la Ciudad de México se santiguaban”, recordó el maestro Francisco Hernández, quien se ha dedicado durante 25 años al rescate y difusión del bien patrimonial a través de la investigación y el teatro.

Sor Juana escribe en su Carta Atenagórica que no quiere ruidos con la Inquisición, es de temer lo que sucede en sus juicios, en las declaraciones de los condenados, en sus castigos y el encierro que deben vivir para no ver más la luz del mundo. El cuerpo es pecado, el pensamiento es pecado, el querer saber más de lo razonado se castiga con el potro como le aconteció al alarife Melchor Pérez de Soto, maestro de obras en la Catedral, lector implacable y coleccionista de saberes prohibidos en su biblioteca.

Escultura de San Lucas
Fotografía cortesía del Palacio de la Escuela de Medicina, FM, UNAM

En sus paredes añosas aún se puede leer lo que escribían los presos y en el Archivo General de la Nación se guardan celosamente los procesos que se realizaron en el edificio de suma belleza. En sus Cárceles de la Perpetua desfilaron el cura Morelos por sus ideas independentistas, Fray Servando Teresa de Mier por sus ideas revolucionarias y quien escapó siete veces de la cárcel, el irlandés Guillén de Lampart que buscó hacer la independencia de Nueva España en 1645 y en 1659 murió en la hoguera, o la familia Carbajal que sufrió el suplicio del tormento por ser acusada de practicar el judaísmo para después ser quemada en ceremonia pública.

También el pintor flamenco Simón Pereyns fue acusado ante la Inquisición por supuesta blasfemia. Para obtener el perdón, el artista pintó sobre la puerta de su celda la imagen de la Virgen de la Merced; los inquisidores consideraron esta obra como un milagro y, a pesar de las torturas, liberaron al prisionero y la imagen fue trasladada a la Catedral Metropolitana. Hoy en día es conocida como la Virgen del Perdón.

La mulata de Córdoba ahora es una leyenda basada en un caso del siglo XVI, cuando la Santa Inquisición acusó de hechicería a una joven y bella mulata que por más que pasaba el tiempo jamás envejecía. Un día la apresaron y trasladaron a las Cárceles del Tribunal en la Ciudad de México, y en la mañana que iba a ser ejecutada, dibujó en la pared un barco, al cual supuestamente zarpó y navegó hasta desaparecer.

Fotografía de Carlos Díaz

Mitos y leyendas han creado el imaginario en torno al actual Palacio de la Escuela de Medicina. Un recinto en el que puede percibirse el testimonio de aquellas voces, donde el visitante vive la belleza arquitectónica que diseñó Pedro de Arrieta: sus patios y su escalera central coronada por la estatua de mármol de San Lucas que en 1860 fue donada por la Academia de San Carlos.

Historia y arte es lo que le dan vida y fama al recinto que no sólo enjuiciaba y sentenciaba a los herejes y criminales, sino también es uno de los mayores goces estéticos de nuestra ciudad que sigue siendo Ciudad de los Palacios.

Por Isabel García