“Cuando hablamos de desigualdad social como una manifestación de la violencia estructural es para referirnos a una violación a la dignidad humana, una negación a la posibilidad de desarrollo de las capacidades humanas, y yo lo pongo a nivel existencial y del ser, porque a final de cuentas vivir en la pobreza genera problemas de alimentación, de atención, falta de posibilidades de acceder a la salud y de reforzar lazos de afectividad. Pareciera que estas esferas humanas son como un lujo para las personas que tengan condiciones mejores”, explicó la doctora Martha Rebeca Bautista Herrera, académica del Posgrado de Antropología Física del Instituto Nacional de Antropología e Historia.

En la sesión del Seminario Permanente de Salud Pública «Violencia estructural vista desde las desigualdades en salud. La situación de COVID-19″, la especialista mencionó que la violencia estructural está presente cuando los seres humanos se ven influidos de tal manera que sus relaciones afectivas, somáticas y mentales están por debajo de sus realizaciones potenciales. Ésta se da de manera directa, simbólica y estructural.

En México existe una paradoja al ocupar el lugar 20 entre las economías con más personas millonarias, y el sitio 15 con más millones de pobres. “Países con brechas de desigualdad privilegian estrategias económicas que benefician a sectores sociales con poder al implementar leyes de mercado que achican la participación del Estado y, a la vez, propician perder la capacidad de otorgar derechos sociales”, advirtió.

La pandemia por COVID-19 mostró el gran problema de esto y cómo ha afectado a la salud, pues existe un gran deterioro en el sector público y en las instituciones, subrogación de servicios médicos, falta de equipamiento, un déficit de recursos humanos calificados, un escaso presupuesto para medicinas, implementos de curación y atención de usuarios, bajos salarios a los trabajadores del sector, corrupción, fraudes, mercado negro en medicamentos, y tráfico de influencias.

También reveló fracturas en el esqueleto de las sociedades, falacias y falsedades como que los mercados libres pueden proporcionar salud para todos; la ficción de que el trabajo del cuidado no remunerado no es trabajo; que en el mundo ya no hay racismo; y el mito de que todos somos iguales, pues mientras unos tienen acceso a todo tipo de servicios, otros ruegan por derechos.

De igual manera, se abrió una ventana de oportunidad para transformar con urgencia el sistema económico, que actualmente es impulsado por la desigualdad extrema, la pobreza y la injusticia, y ha creado un mundo que no estaba listo para afrontar esta crisis. Ahora los gobiernos tienen a su disposición una serie de ideas realistas y sensatas para construir un futuro mejor.

“Para mediar estas desigualdades en la salud necesitaríamos tener políticas sociales, culturales y económicas que realmente fueran transversales. No solamente en papel, sino en los hechos y esa concepción no se tiene en las instituciones públicas”, concluyó la doctora Bautista Herrera.

Eric Ramírez