En los años setenta el Congreso de Estados Unidos creó la “Comisión Nacional para la protección del ser humano frente a las investigaciones biomédicas y de conducta” para identificar los principios éticos básicos en los que debe basarse la investigación con seres humanos, y desarrollar directrices que aseguren que tal estudio se efectúe de acuerdo con esos principios; así, la Comisión creó lo que hoy conocemos como el informe Belmont, el cual propone tres principios básicos para poder proteger a los sujetos humanos en la investigación biomédica: la autonomía, la justicia y la beneficencia.

Posterior al informe Belmont, surge el principialismo de Beauchamp y Childress para la clínica, el cual busca encontrar una metodología de toma de decisiones bioéticas que sea una herramienta efectiva para los profesionales de la salud con los principios de la ética biomédica, los cuales son la autonomía, es decir, el respeto a la libertad de elección de las personas no sólo absteniéndose de obstaculizarla, sino ejercerla en términos adecuados e informados; no maleficencia, que es la obligación de no producir daños de manera intencionada; con beneficencia, procurando actuar en beneficio del enfermo; y el principio de justicia que se refiere a la distribución equitativa de recursos, beneficios y cargas entre los miembros de la sociedad”, indicó la doctora Jennifer Hincapie Sanchez, Coordinadora del Programa Institucional de Ética y Bioética FacMed, durante el club de lectura y análisis de casos transmitido por FacebookLive (https://bit.ly/3EkkWg3) y YouTube (https://bit.ly/3Cy0VQL).

Asimismo, indicó que el respetar las decisiones de otros entra en el ámbito de la moral común, sin embargo, no parece haber mucho acuerdo sobre su naturaleza y su poder, ni sobre los derechos específicos de autonomía, y definió que una persona autónoma es la que actúa de manera libre de acuerdo con un plan elegido, e incluso algunas teorías afirman que todo individuo autónomo debe tener capacidad de autogobierno, lo que incluye la comprensión, el razonamiento, la reflexión y la elección independiente.

Sin embargo, expresó que “una persona autónoma tiene la capacidad de modificar la estructura de sus preferencias, por ejemplo, una persona que padece alcoholismo puede desear ingerir licor y al mismo tiempo desear no hacerlo, y permitir que el segundo deseo prevalezca”, por ende, lo que constituye a una decisión autónoma son aquellas acciones en las que los individuos actúan de manera intencionada”.

Al final, la doctora Hincapie Sanchez presentó un caso tomado de la referencia bibliográfica Los principios de la ética biomédica de Beauchamp y Childress (Margare A. Drickamer y Mark S. Lachs, “Should Patients with Alzheimer’s Disease Be Told Their Diagnosis?”, New England Journal of Medicine 326 (2 abril 1992): 947-951), que habla de la pertinencia de comentar con los pacientes acerca del diagnóstico de Alzheimer.

El caso es sobre el señor Johnson, un hombre de 60 años que es llevado al médico por su hijo, quien está preocupado a causa de los problemas que su padre manifiesta al realizar actividades cotidianas, le angustia que su padre pueda tener la enfermedad de Alzheimer y, al confirmar ese diagnóstico, pide a la doctora que no se lo diga al paciente.

Ante esto, las personas que participaron a través del chat concluyeron que se le debe de comunicar el diagnóstico al paciente para que pueda ser partícipe de su proceso de atención y pueda tomar decisiones, así como trabajar en la forma en que le comunicarán que presenta esa enfermedad y en el plan de apoyo para el paciente y su familia.

Karen Hernández