El antiguo Palacio de la Inquisición, hoy Palacio de la Escuela de Medicina, es una verdadera maravilla arquitectónica. Fue construido en 1732 por el arquitecto Pedro de Arrieta y a lo largo de los años ha sido espectador de acontecimientos históricos significativos, cada uno de ellos dejando grabada una huella distintiva en sus muros de piedra.

Desde que el Tribunal de la Inquisición fue suprimido en 1820, el Palacio ha tenido varios capítulos en su historia al ser utilizado de diversas formas. A través del tiempo, albergó a la renta de lotería, un cuartel de soldados, la Cámara del Congreso General y el Tribunal de Guerra y Marina, una escuela Lancasteriana, un Seminario Conciliar e incluso fue convertido en habitaciones particulares. Pero, en el año 1854, el edificio finalmente encontró su verdadero destino: ser la casa de la Escuela Nacional de Medicina (ENM). A pesar de su lóbrego pasado, se convertiría en un lugar majestuoso de aprendizaje e innovación para los futuros médicos y profesionales de la salud.

Fue en 1833 cuando la enseñanza de la Medicina mexicana renació con la instauración del Establecimiento de Ciencias Médicas, el cual tomó múltiples nombres con el correr de los años. En 1834 fue conocido como Colegio de Medicina; en 1842 se nombró Escuela de Medicina y, finalmente, el 18 de agosto de 1843 se denominó Escuela Nacional de Medicina (ENM), lo que significaba un reconocimiento pleno por parte del gobierno. Fue hasta el año de 1960 cuando la Escuela se denominó Facultad de Medicina, al impartir estudios de posgrado, ya en Ciudad Universitaria.

Fotografía cortesía del Palacio de la Escuela de Medicina, FM, UNAM

De igual manera, la institución educativa recorrió varios puntos geográficos acorde a las circunstancias que trazaban su historia. Era el régimen al timón de la nación el que le otorgaba los inmuebles y el mismo que, con frecuencia intermitente, solicitaba su desalojo para destinarlos a otros fines. La inestabilidad material marcó su huella desde el antiguo convento de Betlemitas (1833), el exConvento del Espíritu Santo (1836), los Colegios de San Ildefonso (1840), San Juan de Letrán (1847) y San Hipólito (1851), para retornar nuevamente en 1853 al primero de estos colegios por orden del entonces presidente Antonio López de Santa Anna.

Tantos fueron los cambios, que incluso los profesores llegaron a impartir las clases en sus propios hogares, una muestra clara de su perseverancia y compromiso por continuar formando a las nuevas generaciones al margen de los obstáculos. Fue este grupo de docentes el que ha quedado grabado en los anales del 7 de junio de 1854 por su ejemplar entrega y vocación, al destinar 50 mil pesos de la época provenientes de sus salarios, para la compra de un edificio perteneciente al Arzobispado, concretamente de aquel soberbiamente ubicado en el que fuera un lugar estratégico en la segunda plaza de importancia de la época colonial: la Plaza de Santo Domingo.

Fotografía del Archivo Histórico del Palacio de la Escuela de Medicina, FM, UNAM

El Palacio de la Inquisición, recinto previo de atrocidades, ahora se convertía en la casa de la Escuela Nacional de Medicina, un lugar propio por primera vez en décadas que permitía a su comunidad académica cimentar su entrega con la profesión misma y la sociedad.

En definitiva, la creación de la ENM fue un punto de inflexión y un legado histórico que ha dejado una huella perdurable en la Medicina mexicana. Desde sus comienzos, ha demostrado una gran capacidad de reinventarse y evolucionar, adaptándose a los tiempos y las necesidades de una sociedad en constante cambio, siempre comprometida con una formación médica en beneficio del ser humano y de la nación.

Con información de la Dra. Martha Eugenia Rodríguez Pérez, Profesora Titular “C” de Tiempo Completo y exJefa del Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, Facultad de Medicina, UNAM.

Por Athziry Portillo