En épocas pasadas, previo al nacimiento de la actual Ciudad Universitaria; en el corazón mismo de la metrópoli, un reducto de sabiduría se extendía a través de aproximadamente un kilómetro; como un tapiz tejido con hebras de arquitectura colonial y del siglo XIX, se encontraba el “Barrio Universitario”.

La esfera arquitectónica respiraba al ritmo del latido constante del Centro Histórico. En ella, la academia y la vida diaria se fundían en una vibrante simbiosis, haciendo del Viejo Barrio Universitario un espacio testigo y protagonista de la evolución de la historia.

Ejemplo de lo anterior es lo que hoy se conoce como Antiguo Colegio de San Ildefonso, en ese entonces Escuela Nacional Preparatoria (ENP), recinto donde en septiembre de 1910 se realizó la ceremonia de inauguración de la Universidad Nacional.

Fotografía cortesía del Palacio de la Escuela de Medicina, FM, UNAM

Sin quedarse atrás, el Palacio de la Autonomía destacó como casa de múltiples propósitos. Reconociéndose con el paso de los años como Escuela Normal de Maestros, Facultad de Odontología, Escuela de Enfermería y Obstetricia, planteles 2 y 7 de la ENP, y uno de sus papeles más emblemáticos: oficina del decano de la Universidad en 1929; espacio que presenciaría la sublime firma de autonomía de la Universidad, parte fundamental de su identidad; un suceso que reforzó su lugar como institución educativa en el país y el mundo.

Entre otros gigantes del Barrio se encontraban la Escuela Nacional de Jurisprudencia en la calle Justo Sierra, la Escuela Nacional de Ingenieros, hoy Palacio de Minería en la calle de Tacuba, y la Escuela Nacional de Altos Estudios en Santa Teresa la Antigua, la Biblioteca Nacional que se encontraba en el convento de San Agustín, y paulatinamente albergó a la Academia de San Carlos, después llamada Escuela Nacional de Bellas Artes.

Fotografías de Carlos Díaz

Sin embargo, uno de sus guardianes más destacados fue el Palacio de la Escuela de Medicina, una estructura que, como un faro de piedra, ha presenciado el pasar de los años. Originalmente conocido como el Palacio de la Inquisición, su nombre actual refleja la etapa en la que sirvió como hogar de la Escuela Nacional de Medicina, formando a generaciones de médicos y científicos.

La esencia del distrito se desbordó más allá de los muros y las aulas de sus edificios, convirtiéndose en un crisol de la cultura mexicana, epicentro de actividades de esparcimiento, un foro de expresión popular, y un hogar para estudiantes y profesores. El café y la tinta, el teatro y la tesis, la cantina y la cátedra, todo coexistía en una sinfonía urbana.

Más allá de las historias que aún resuenan en el aire del Viejo Barrio, como la tragedia de Manuel Acuña, un talentoso poeta y futuro médico que terminó con su vida en el Palacio de la Escuela de Medicina por un mal de amores, estas edificaciones se consagrarían como escenarios de revoluciones ideológicas.

Fotografías de Carlos Díaz

Este replanteamiento social y cultural cobró fuerza a principios del siglo XX, con grupos como el Ateneo de la Juventud y la huelga de la Academia de San Carlos, que dejaron una herencia que resonó a través de la literatura, la filosofía y el arte, dando lugar a algunas de las mentes más brillantes de México, como Alfonso Reyes y Antonio Caso, y a una de las corrientes artísticas más relevantes de América Latina: el muralismo.

Hoy, el patrimonio del Viejo Barrio Universitario y del Palacio de la Escuela de Medicina se perpetúa a través de sus adoquines, muchos de los cuales han sido transformados en museos y espacios culturales, preservando la esencia académica original. De esta manera, estas reliquias arquitectónicas siguen siendo puntos de encuentro para la reflexión y la apreciación de las ideas y movimientos que han moldeado a México. Cada piedra, cada edificio, cada callejón es un hilo de esta historia, un legado que se proyecta más allá de lo físico para tejer la identidad de una nación.

Con información de Veka Duncan, Historiadora del Arte

Por Athziry Portillo