Mi recorrido académico en la UNAM comenzó en la preparatoria del Colegio de San Ildefonso, conocida como la “Prepa 1”. Posteriormente, di el paso hacia la Escuela Nacional de Medicina, ubicada en ese entonces en el Palacio de la Escuela de Medicina. Pertenezco a la generación 1953-1958.

Es imposible olvidar mi primer día como estudiante universitario. Mi primera clase fue la de Anatomía en el Paraninfo a las siete de la mañana. En ese momento, las asignaturas de Anatomía y Fisiología eran consideradas las pruebas de fuego, un filtro para determinar quiénes continuarían en la profesión médica.

Mi generación fue testigo de una transición significativa en la enseñanza. El doctor Raoul Fournier Villada, exDirector de la Escuela Nacional de Medicina, creó los primeros Grupos Pilotos, que más tarde se convirtieron en el Programa de Alta Exigencia Académica. Aunque no estoy seguro de los criterios exactos de selección, se tomaron en cuenta calificaciones, actitudes, interés y entusiasmo de los estudiantes. De aproximadamente 867 jóvenes, solamente dos grupos de 25 personas fueron seleccionados. Personalmente, me siento afortunado de haber sido parte de esa selecta comunidad.

En 1956, la Escuela Nacional de Medicina se trasladó del Centro Histórico a Ciudad Universitaria. Ese momento quedó grabado en mi memoria debido a la conmovedora despedida; en el patio principal del Palacio de Medicina se realizó un concierto de piano y orquesta que marcó la transición hacia la nueva ubicación.

De mi época de estudiante en el antiguo Palacio de la Inquisición, tengo numerosos recuerdos que atesoro con cariño. Había una famosa cantina llamada La Policlínica, solía ser frecuentada por aquellos que enfrentaban desafíos académicos. Además, era conocida por sus deliciosas tortas y caldo de camarón.

Recuerdo a un compañero que venía de una familia acomodada y estacionaba su pequeño carro en el patio central del Palacio, lo que nos llevó a gastarle una broma subiendo su coche al primer piso, y sus guardaespaldas tuvieron que bajarlo.

Además, nos enfrentamos a algunos problemas, como una prueba en el laboratorio de Fisiología que requería extraer sangre y correr alrededor del Palacio de Medicina. En un acto de rebeldía, algunos de nosotros intentamos evitar la prueba argumentando que debían ser los compañeros extranjeros que vinieron a México huyendo de la Guerra quienes la realizaran. Esta acción resultó en reprobar esa materia, pero también significó una lección valiosa sobre la importancia de la adaptación y saber decir “no” de una manera inteligente.

Lo más destacable fue la unión de mi grupo para estudiar. Pasamos muchas noches repasando juntos en las casas de nuestros compañeros, lo que fortaleció nuestros lazos y contribuyó a nuestro éxito académico.

Si tuviera que resumir esos años, destacaría la experiencia de estar en una escuela con profesores exigentes pero apasionados por transmitir conocimientos y formar profesionales al servicio de la sociedad. Fueron momentos memorables que jamás olvidaré.

Karen Hernández